Hace unos días he terminado el libro de Daniel Cassany Tras las líneas, sobre la lectura contemporánea. Como otros libro suyos que ya había leído hace unos años, La cocina de la escritura, ha resultado muy ameno. De esos libros que deseas seguir leyendo a ver que te cuentan, sin que se trate de saber quién es el asesino.
Tras la líneas nos cuenta algo que, en nuestro subconsciente, casi todos sabemos, pero que no acabamos de hacer consciente en nuestra relación diaria con los textos. Se trata de tener presente, en todo momento, que no hay textos asépticos, objetivos, libres de ideología o no interpretables. Todo texto (y aquí me atrevo a incluir los orales, que no son objeto dle libro), está inmerso en una cultura, en un tiempo y en un momento (un contexo). Y por eso, su interpretación, su significado, está modulado. Necesitamos acercarnos a ellos con espíritu crítico.
Cuando leemos, interpretamos del mismo modo que un músico interpreta la partitura. Nunca suena igual la misma partitura tocada por diferentes músicos. Hay matices, momentos de mayor expresividad, de más intensidad emocional, que varían. Lo mismo nos ocurre con los textos. La interpretación depende de muchos factores. Uno de los factores es el lector: las ideologías, creencias y conocimientos previos del lector influyen en la interpretación que hacemos de un texto. Pensad en la diferencia que puede hacer en la interpretación de un artículo periodístico sobre medicina si el lector es un médico o un paciente. El otro factor es la sociedad: los textos se interpretan de diferente manera en función de la cultura, el grupo social, etc. De esto trata la sociolingüísitica.
Cassany nos recuerda que no basta con entender los signos (las letras o las palabras) sino que es necesario entender desde la sociedad y la cultura en que estamos inmersos nosotros y el autor del texto. Mucho más complejo, mucho menos objetivo. Los textos son, en el mejor de los casos, interpretados desde la intersubjetividad.
¿En qué nos deja eso? Pensemos en la narración oral que nos presenta un paciente. Por poca diferencia que haya entre el médico y el paciente, parten de dos culturas diferentes (al fin y al cabo nos resocializamos en la «sociedad médica»), por lo que corremos el riesgo de malinterpretar desastrosamente su relato. Hay mucho que poner en juego.
Cassany no nos abandona. No invita a ser muy críticos (hasta con su libro en el que incluye, a propósito, errores que debemos localizar). Nos da pistas sobre cómo acercarnos de manera crítica a un texto, como leer en internet y cómo leer la ciencia (que no está libre del «pecado» de la ideología y los intereses particulares).
En la Facultad de Medicina me pasé muchas horas mirando por un microscopio (en los primeros años) y es una habilidad que no he vuelto a utilizar en la vida (salvo para enseñar a mi sobrina a usar su microscopio de juguete). Tal vez, una asignatura de lectura crítica en las facultades de medicina nos daría las habilidades y el hábito de hacer esto. Al fin y al cabo, interpretar textos (la mayoría orales) es la base de nuestra profesión. O ¿no se trata de permitirnos aprender las habilidades que supondrán una ventaja para nuestros pacientes?