“Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncatelo…” o algo parecido recuerdo de haber leído en algún evangelio (perdónenme los puristas). La mirada no es inocente. La metáfora que nos recuerda que el problema puede no estar en el objeto observado, sino en el sujeto que observa.
Ver es un acto complejo. Los que hemos estudiado biología humana hemos estudiado el modo en que el ojo recrea las ondas lumínicas en la retina y envía esa información al cerebro, donde le damos la forma en que realmente percibimos. Recuerdo estudiar conceptos básicos sobre el modo en que el cerebro identificaba diferentes hechos (movimiento, líneas, etc)
A muchos, demasiados nos han contado, a lo largo de los años, que lo que miramos, lo vemos y es lo que es. Es dificil aceptar que aquello que dibujan nuestros ojos no es exactamente lo que creemos que es. Que hay una voluntad, muchas veces involuntaria, que cambia lo visto. Vemos a través de filtros. Filtros creados por nuestra cultura, nuestra formación, nuestras lecturas. Mirar no es una actividad de los ojos, es una actividad cerebral. Mirar no es solo ver colores, líneas y formas. Mirar es otorgar significado a lo que vemos.
La forma en la que vemos las cosas está influenciada por lo que sabemos o lo que creemos… solo vemos lo que miramos. Mirar es una elección […] Nunca miramos solo una cosa; siempre estamos mirando la relación entre las cosas y nosotros mismos […] Nuestra percepción o apreciación de una imagen depende también de nuestra forma de mirar
(Berger J (1990): Ways of Seeing, p 8-10)
John Berger analiza el modo en que nuestras miradas cambian el arte que vemos. Y como las imágenes (pintura, fotografía) se crean pensando en una mirada. Pero las miradas dependen también de quien mira. Ver es un acto muy complejo. Y antes de mirar ya tenemos pre-concepciones sobre lo que vamos a ver. Miramos para significar. Por eso tenemos que estar muy atentos a nuestras miradas, aprender a mirar nuestra mirada.
En estas últimas semanas he leído Prehistorias de mujeres, de Marga Sánchez Romero. Además de aprender mucho sobre prehistoria, un tema por el que nunca me había sentido atraída; el libro es un “expansor de miradas”. Lo sorprendente es darte cuenta de lo fácil que es crear relatos basados en nuestros perjuicios, ignorando aquellos datos que nos obligarían a cambiar las conclusiones. La autora analiza, brillantemente, los hallazgos arqueológicos para (de)mostrarnos que hay mucho de prejuicio en lo que hemos aprendido y recibido hasta ahora. Un ejercicio de perspectiva y cambio de mirada fundamental.
No es diferente de lo que puede ocurrir en otros campos del conocimiento. Mirar con otra perspectiva (mirar con perspectiva de género) nos aporta nuevos conocimientos y ayuda a romper los muros de prejuicio construidos a lo largo del tiempo. Y nos ayuda a reconocer(nos) que somos personas que miraremos a través de nuestros filtros, creados por nuestra cultura, experiencias, creencias.
Otro libro que ilumina magistralmente la necesidad de cambiar la mirada es Mujeres invisibles para la medicina, de Carme Valls Llobet. La autora analiza como los prejuicios de género han perjudicado la salud de las mujeres, al dar significados diferentes a nuestros problemas de salud. ¿Por qué la opresión torácica nos lleva a pensar en un infarto en hombres y en una crisis de ansiedad en las mujeres? ¿Por qué se da, por sistema, más analgesia a un hombre que a una mujer que se quejan de dolor?
Necesitamos miradas amplias, críticas, que se cuestionen a sí mismas. El ejercicio de dudar continuamente de lo que vemos es complejo y requiere de energía. Por eso es más fácil no hacerlo. Pero se puede entrenar. Entrenar la mirada para ser capaces de significar de otra manera. Y al cambiar los significados también cambiamos nuestra forma de mirar.
En las ciencias sociales se habla frecuentemente de la “mirada sociológica”. Esa que te permite ver más allá de tus propias ideas previas. La mirada sociológica se entrena con el estudio y la práctica. Y yo añadiría, con un puntito de humildad epistémica. Personalmente me gusta la propuesta de C. Wright Mills y su Imaginación Sociológica. En el capítulo 1 (titulado La promesa) nos invita a mirar y analizar recorriendo continuamente el camino entre el/los individuo/s y la época histórica en la que están insertos (biografía e historia se interrelacionan continuamente)
En atención primaria y en medicina de familia (que son muy parecidas pero no son exactamente lo mismo) necesitamos reconocer los problemas de las miradas que nos traemos de casa. Trabajar por ampliar nuestras miradas (y por enseñarlo). Entrenarnos para darnos cuenta del modo en que miramos y lo que eso supone (para pacientes y para nosotros mismos).
Yo empezaría por poner en la pared el modelo de determinantes sociales de la salud, que nos permite pensar más allá de la persona concreta que tenemos delante. Y siguiendo las recomendaciones de Wright Mills, ir de lo social a lo individual y viceversa, para poder encontrar significado global a los problemas de salud de cada persona. Es una forma de empezar a ampliar la mirada. (Por cierto, aquí hay bastante material para empezar)
Después podemos entrenarnos en “escuchar y mirar” con ojos y oídos bien abiertos, abiertos sobre todo a la posibilidad de estar entendiendo mal lo que recibimos. Con la humildad suficiente para preguntarnos y preguntar significados. Escuchar y mirar para comprender y no para emitir juicios.
Y todo este entrenamiento no solo sirve para la consulta, sino para toda la vida. Para pensar con calma antes de responder, antes de pontificar, antes de asumir que sabemos lo que el otro quiso decir y mostrar.