Reinicio aquí la práctica de comentar libros que pueden resultar de interés para profesionales sanitarios, tanto desde el punto de vista particular como docente.
Hace tiempo, una amiga maestra (pero que no ejerce) me recomendó este libro. Casi lo había olvidado cuando lo encontré en una lista de libros para un curso de literatura y bioética organizado por la Somamfyc (El valor de leer) e impartido por Beatriz Ogando.
Martes con mi viejo profesor es un relato autobiográfico escrito por Mitch Albom y publicado en 1997 en inglés. El primer libro no deportivo de un periodista ya consagrado con libros deportivos previamente. Dio lugar incluso a una película para televisión. Yo lo he leído en la edición de Ed. Maeva de 2015 (colección Embolsillo, 27ª edición). Su autor, Mitch Albom, ha escrito varios libros después del enorme éxito de éste. La verdad es que, si uno se lee la lista de libros de este autor, y además se es un poco refractario a los libros de autoayuda, la lista no ayuda a hacer atrayente su bibliografía. Sin embargo, no habría nada más inexacto que categorizar este libro dentro del género de «libros de autoayuda».
El libro narra la relación de Albom con uno de sus profesores de la universidad, un hombre peculiar llamado Morrie Schwart, y especialmente, cuenta los últimos meses de la vida de éste, afectado por Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) (sí, la misma enfermedad que padece Stephen Hawking). Lo hace en primera persona y desde la perspectiva del narrador protagonista que solo puede relatar lo que observa y lo que pasa por su cabeza. Recurre frecuentemente al flashback para intercalar los recuerdos de la relación previa.
En resumen, la historia es una historia de conversión. El autor-protagonista cuenta su doble transformación interna, desde la universidad al éxito profesional, de éste al descubrimiento del valor de la vida, en la medida que está bajo la influencia de quien llama el viejo profesor. Pero la historia es mucho más. Realmente es un complejo de historias diferentes, que pueden ser leídas de forma diferente, por las mismas o diferentes personas, en diferentes momentos:
- Como he dicho es una historia de transformación personal del autor (en línea con muchos libros del género de la autoayuda)
- Es también un testimonio cercano e intenso del impacto de una enfermedad degenerativa y mortal en las personas que apreciamos. En este sentido, tiene un valor inmenso para reflexionar sobre el modo en que la enfermedad impacta en las personas que rodean al enfermo.
- Es el testimonio del testigo de las elecciones del enfermo. Ante lo irremediable, el enfermo debe tomar decisiones, a veces más comprensibles, a veces menos, pero al fin y al cabo son sus decisiones. Albom nos cuenta el modo en que el profesor afronta el conocimiento de su dependencia y su muerte en un futuro próximo.
- Para un médico, es un relato inapreciable de la intimidad del enfermo, esa que normalmente no presenciamos en la consulta.
- Es un relato sobre la muerte, la vida, la familia, la amistad, el miedo, la relación profesor-alumno, la vida, al fin y al cabo.
Así que independientemente de las lecciones que el profesor va impartiendo cada martes a su alumno, el libro es, en todo su conjunto, una lección sobre la enfermedad y su impacto.
Es un relato breve, pero el autor es capaz de mantener el interés del lector sin hacerlo parecer noño o demasiado emotivo, tocando poco a poco las emociones pero también la razón. Rompiendo el relato con los flashback nos ayuda a añadir comprensión al proceso del protagonista (el autor) y coherencia a la actitud del profesor. La enfermedad está presente en todo el libro, pero no resta protagonismo a los dos hombres. No es un libro sobre la enfermedad, sino un libro sobre un enfermo.
Altamente recomendable para profesionales sanitarios. Exige una lectura reposada y concentrada para ir descubriendo sus detalles y secretos. Para abrir boca, un fragmento de las primeras páginas que resume claramente el libro, y que es, por sí mismo, material suficiente para la reflexión:
«Mientras mi viejo profesor buscaba respuestas, la enfermedad se iba apoderando de él, día a día, semana a semana. Una mañana intentó sacar el coche del garaje, marcha atrás, y apenas fue capaz de pisar el freno. Así dejó de conducir.
Tropezaba constantemente, de modo que se compró un bastón. Así dejó de caminar con libertad.
Seguía acudiendo al YMCA para nadar pero descubrió que ya no era capaz de desvestirse solo. Así que contrató a su primer asistente de ayuda […]En el vestuario, los demás nadadores fingían que no lo miraban. Pero lo miraban, de todos modos. Así dejo de tener intimidad.
En el otoño de 1994, Morris acudió al campus de la Universidad […] contempló los rostros jóvenes […] Llevo viente años impartiendo esta asignatura y ésta es la primera vez que puedo decir que corren un riesgo al cursarla, pues padezco una enfermedad mortal. Quizás no viva hasta le final del semestre […] Y así dejó de tener su secreto»
Todo un ejemplo para explicar, admirablemente, las renuncias que la enfermedad exige al enfermo.