¿En qué momento dejamos de ver personas al otro lado de la mesa?

Hace unos días estaba en la facultad de medicina, intentando avanzar un poco en mi tesis. Mientras espero en el pasillo a que mis directores lleguen, capto retazos de conversaciones entre estudiantes, conversaciones que me llevan de vuelta a mis años mozos. Y me pregunto ¿en qué momento adquirimos la capacidad de ignorar que el paciente es, además, una persona?
Escucho a un alumno, desconozco el curso, explicar una anécdota: allí estaba el paciente abierto de piernas para hacerle una biopsia; contesta la compañera ¿dormido?; ¡qué va! Éramos 6: la médica que hacia la biopsia, dos estudiantes de 4º, 2 de 6° y el residente, y él allí, despatarrado, y ríe; réplica la compañera ¡uy, yo hubiera pedido que me durmieran!

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¡Cuán revelador de nuestra naturaleza es este pequeño diálogo! Revelador de nuestras carencias, de las pérdidas que sufrimos durante el aprendizaje y del reconocimiento de esa pérdida. Parece que la formación nos vacuna de una ¿enfermedad? llamada: ver al otro.
El primer estudiante comenta, ya inmunizado y protegido frente a la capacidad de reconocer al otro, al paciente, como persona, una anécdota que pasará a su dossier de encuentros médico-paciente risibles; su compañera todavía se reconoce en la incomodidad del paciente y se coloca,en parte, en la posición de paciente (yo preferiría no enterarme) pero ya no va más allá y es incapaz de hacer una crítica de la situación. Me pregunto en qué momento perdemos la capacidad de extrañarnos en esa situación, la capacidad de sentirnos violentos y de criticarla como inadecuada, la capacidad de pensar en el paciente como un otro igual a nosotros.
Tal vez sería un buen proyecto de investigación de cara a descubrir cómo y cuándo retrasar en lo posible esta, por el momento, casi imposible inmunización.
Lo que está claro es que lo perdemos incluso antes de saber cómo se utiliza correctamente un fonendo.

Las enfermedades no saben de guasap…

Vivimos en el mundo de lo inmediato. Todo empezó hace ya algunas décadas. El mundo  de las relaciones humanas a distancia empezó a acelerarse cuando se inventó el teléfono. Ya no teníamos que mantener largas conversaciones por cartas, que tardaban días en llegar, ser contestadas y volver. Luego apareció el correo electrónico. Casi sin pensarlo, de repente, teníamos, y tenemos, las misivas de nuestros conocidos casi al instante de ser escritas. Y con la parición del móvil, ni siquiera teníamos que estar en casa para recibir las llamadas. La comunicación interpersonal conseguía algo nunca antes pensado. Podemos contactar con cualquiera, en casi cualquier lugar, en casi cualquier instante. Y si no queremos hablar, pues nos ofertaron los SMS. La posibilidad de seguir con nuestro contacto personal y a la vez contactar con el lejano. Lo último (para mí) es la mensajería instantanea (y practicamente gratuita), llámese whassap, line u otros. Ya no necesitamos esperar para tener respuesta a nuestros mensajes. Y hasta nos preocupamos cuando los dos asteriscos verdes no aparecen inmediatamente.

Tampoco esperamos para tener el último libro de nuestro autor favorito (nos lo descargamos, legal o ilegalmente), escuchar el último disco de nuestro grupo o ver la última película de la lista de éxitos.

Y nos prometen aprender idiomas sin esfuerzos en tiempo récord, conocer mundo exóticos en un fin de semana, alcanzar nuestros sueños sin remangarnos la camisa.

VIVIMOS EN EL MUNDO DE LO INMEDIATO. AHORA LO QUIERO, AHORA LO TENGO.

Pero…¡ay! las enfermedades no tienen whassap. Continuar leyendo «Las enfermedades no saben de guasap…»

De Humanidad y Humanidades, de la vida larga y breve.

Vivir como si siempre hubieras de vivir: nunca pensáis en vuestra propia fragilidad. No os detenéis a observar el tiempo que se os ha ido: lo gastáis como si tuvierais un caudal pleno y abundante, pero sucede que ese mismo día, que tenéis destinado a un amigo, un negocio, pudiera ser el último para vosotros. Como mortales que sois, tenéis miedo de todas las cosas, y las ambicionáis todas como si fuerais inmortales. Oirás decir a muchos: «Cuando llegue a los cincuenta me retiraré a descansar; a los sesenta dejaré las ocupaciones»…¿Quién te asegurará que todo ha de ocurrir según tú lo dispones?…¿No es acaso tarde comenzar a vivir, cuando ha de dejarse de vivir?  Lucio Anneo Séneca, De la Brevedad de la Vida, IV. (año 55 d.C.)

Hoy, un paciente, en tratamiento con quimio y radioterapia por un cancer inesperado (¿no son todas las enfermedades graves inesperadas?) me ha dicho en la consulta: ¡hay que ver como cambian las prioridades cuando te encuentras con algo así en tu vida!

Hoy, una persona ha muerto tras recibir disparos de otro ser humano, ¡muerte inesperada donde las haya!

Los profesionales sanitarios disfrutamos de un asiento de primera fila para los acontecimientos inesperados de la vida, esos que cambian el curso de un proyecto, de una historia personal que creemos previsible. ¿Cómo nos preparan para afrontar ese reto?¿Cuánto tiempo dedicamos a reflexionar sobre la imagen especular que nos ofrecen nuestros pacientes? Mañana podemos ser nosotr@s los que estamos a ese otro lado de la mesa. ¿Cómo aprendemos a ser felices a pesar de las historias que llenan nuestro tiempo vital? Humanizar la atención sanitaria requiere humanizarnos a nosotr@s mism@s, hacernos conscientes de nuestra fragilidad y vivir felices a pesar de ello. Negar lo evidente, que no somos más ni menos que nuestr@s pacientes y reconocer el mensaje que nos envía Séneca desde hace casi 2000 nos da herramientas para ver y vivir la vida de otra manera. Otra utilidad de las Humanidades en la formación sanitaria: aprender a reflexionar críticamente sobre nosotr@s y nuestra realidad. Al fin y al cabo, ¡aprender a vivir!

Hoy, una paciente me ha invitado a un café, me ha contado historias de su larga vida, 90 años, en los que ha conocido a 6 generaciones de su familia (de su abuela a sus tataranietos). Me ha contado que la vida ya se le hace cuesta arriba, cuando ya no puede vivir como ella desea, cuando ya no puede moverse con la misma agilidad, cuando debe pedir ayuda a sus hijos para la compra y la limpieza de la casa. A pesar de todo, sigue viviendo sola, hace su comida y la de sus nietos, atiende sus plantas… Me ha invitado a un café cuando he ido a visitarla por uno de sus achaques, cada vez más frecuentes y más molestos, aceptados como parte del envejecimiento (tal vez no por sus hijos, que son los que llaman). Hoy he agradecido su café, a esa hora en que mi estómago grita para volver a casa y almorzar, he disfrutado de sus historias, la he acompañado un rato. Hoy no le he curado nada, bueno…tal vez he curado un miedo, uno más.

Humanizarnos, desde los clásicos y desde la vida diaria…claves para avanzar en la calidad de nuestro trabajo.

Rituales médicos.

Un ritual es una práctica concreta, regulada y arraigada, con características específicas según las sociedades estudiadas, que permite a los individuos que pertenecen a un grupo social reafirmar su pertenencia y vínculos con los otros miembros del grupo (Gracia Alonso, 2011, Fuego, las acciones, los rituales y la vida. Manual de Antropología de la UOC).

Normalmente, cuando oímos hablar de ritos pensamos en los cultos religiosos. Pero nuestra vida diaria está llena de ritos, en el sentido expuesto en la definición. Especialmente nuestro mundo de la medicina está lleno de rituales. Pensemos un poco y seremos capaces de destaparlos.

Los rituales tienen tambien la función de «separar mundos». En el campo de la religión, los rituales nos permiten separar el mundo sagrado y el mundo profano, actúan en muchos casos como puentes que nos permiten pasar de un mundo a otro, y nos permiten asignar significados sagrados a objetos profanos (pensemos solamente en como, en el ritual cristiano, el vino pasa a significar  sangre). ¿Tenemos dos mundos en medicina y salud?

En mi opinión (después, por supuesto, de leer a gente más inteligente que yo, como Kleinman, Arthur Frank o un poquito de Levinas), en nuestros centros de salud, hospitales, y demás locales similares, se expresan dos mundos: el de la salud y el de la enfermedad. Los pacientes están en ese otro mundo, el de los enfermos. Ellos son otros (para nosotros y para la sociedad) y han perdido la condición de «completos». Por ello renuncian a cosas, como la autonomía para dejar decisiones en nuestras manos; por eso aceptan dejar su casa, incluso a sus familias,a veces hasta sus creencias, valores y escalas de prioridad, para ponerse en manos de quienes «controlan» los poderes que les permitirán volver al mundo de los sanos.

Pero nosotr@s, l@s médic@s y l@s enfermer@s (y algunos otros), no pertenecemos a su mundo. Nosotros estamos en el mundo de los sanos (si no fuera así, tal vez no estaríamos en el trabajo), somos «los otros» para ellos. Pero tenemos un poder especial, tenemos el conocimiento para devolver a los «enfermos» al mundo de los «sanos», o para dejarlos definitivamente en el mundo de los «enfermos» o de las «personas en remisión» (que tan inteligentemente refiere A. Frank). Para poder hacer eso tenemos el conocimiento de la ciencia en nuestras manos (del mismo modo que los sacerdotes tienen el conocimiento del ritual y el poder divino para poder perdonar nuestros pecados) y la sociedad nos ha concedido el poder de ser quienes podemos aplicarlo.

Todo este proceso está lleno de rituales, la mayoría de los cuales sirven para hacer más nítida la diferencia entre los dos mundos, y para reforzarnos, sí a nosotros, en nuestro convencimiento de pertenecer a un mundo diferente.

Lo primero que hacemos al llegar al trabajo es, por regla general, revestirnos de unas vestiduras diferentes. En mi caso, la camisa y la bata blancas marcan mi pertenencia al «club» de los médicos de adultos (las enfermeras y enfermeros no suelen ponerse bata, los administrativos tienen una camisa diferente, los pediatras van de colores). En el hospital es aún más patente: la ropa blanca, verde, morada, azul, con dibujitos, etc. marcan incluso las diferencias entre los diferentes clubes de la sociedad hospitalaria. Los más importantes, incluso, van trajeados bajo la bata inmaculada. Pero todo tiene algo en común: nos diferencian de los pacientes y nos identifican con el compañero. Incluso sin conocernos, sin saber nuestros nombres (más que por la placa identificativa), sin habernos visto nunca, nos miramos con reconocimiento. Las caras de los pacientes pasan, las de los «enbatados» se nos queda. Para tener más información , lean este artículo sobre la «la bata blanca y su signficado».

Tal vez pensemos que en atención primaria es diferente. Al fin y al cabo, nuestras tribus son más pequeñas (como mucho, las más grandes, no pasan de 100 personas, frente a los varios miles de un hospital grande), pero nuestra simbología es similar. Es posible que pensemos que la bata y el pijama nos protegen de llevarnos gérmenes a casa (cómo si nuestras casas estuvieran en lugares diferentes de las de nuestros pacientes; o nuestros supermercados, tiendas, parques fueran otros), pero de hecho lo que convierte en protección «física» a esos elementos es que los dejamos en el centro y se lavan en la lavadnería, y no en nuestras lavadoras. Daría igual que vistiéramos con unos vaqueros, si nos los lavara la empresa. Cuando nos vestimos de blanco, nos diferenciamos de todos los que entran por la puerta del centro a buscar la «bendición o la maldición» del sistema sanitario.

Reconocer rituales es muy fácil cuando analizas una sociedad diferentes, porque la extrañeza es el primer paso, pero reconocer nuestros propios rituales, destaparlos, destriparlos y hacer autocrítica es mucho más complicado, porque al fin y al cabo, son normales, forman parte de nuestra vida. Y querer difuminar la diferencia entre los dos mundos es un paso aún más atrevido, porque tiene que ver con el poder. Y tal vez ni siquiera los pacientes lo tengan muy claro, como el que, sorprendido, me dijo: «doctora, ¿era usted a la que vi el otro día vestida con el uniforme de la banda de música?» Al fin y al cabo, esas son cosas que hacen las personas de su mundo, no del mío.

Como reflexión personal, debo reconocer que a mí no me gusta andar entre mundos, con fabricar uno solo tengo de sobra para complicarme la vida.

Pureza, peligro y gripe. Reflexiones desde Mary Douglas.

A lo largo de la última semana se ha estado formando el caos en relación con las noticias alarmistas en relación con la gripe estacional. Muchos profesionales están llamando a la calma frente a un impacto informativo que da una imagen equivocada del problema.

Lo cierto es que ha coincidido con la relectura, por motivos académicos, de la introducción a la segunda edición española de un libro clásico de la Antropología de la Religión, Pureza y Peligro, de Mary Douglas. Resulta curioso como la lectura de temas aparentemente tan diferentes de la medicina, me despiertan reflexiones relacionadas con ella.

Lo que Douglas refuerza es que no hay tanta diferencia entre las sociedad primitivas y las modernas. Lo que cambia es simplemente el modo en que atribuimos la culpa, es decir, cómo asignamos las responsabilidades de las cosas que nos ocurren. En función de ello, modulamos la respuesta de la sociedad a los acontecimientos. En cualquier caso, ella insiste en que «en todos los lugares y épocas el universo se ha interpretado en términos morales y políticos«, «casi todas las enfermedades se utilizarán para definir un sistema de atribución de la culpa«. La utilización política (e interesada) del peligro es una constante en todos los tiempos y todos los pueblos. No podemos conocer el mundo totalmente, y la fragmentación de nuestro conocimiento hace que podamos dar interpretaciones en función de nuestros intereses (como sociedad). Y lo que la ciencia no ha conseguido es crear personas sin aspiraciones de dominio. Hay una politización de los discursos sobre el riesgo.

Por supuesto, una sociedad no elige voluntariamente a qué o quién va a atribuir las culpas de las  desgracias, es algo que se va construyendo, de modo grupal, lentamente.

Y, ¿qué tiene esto que ver con la gripe? Continuar leyendo «Pureza, peligro y gripe. Reflexiones desde Mary Douglas.»

Más filosofía y menos citología. Reflexiones sobre los Algoritmos Terapéuticos impuestos.

A lo largo de los primeros años en la Facultad de Medicina, tuve asignaturas completas dedicadas a la célula (biología), los tejidos sanos (histología), los tejidos enfermos (anatomía patológica), la química íntima del cuerpo (bioquímica), la física íntima (biofísica)…pero todavía no he conseguido averiguar, tras 15 años de profesión, qué parte de mi práctica profesional se ha visto mejorada por haberme estudiado hasta la última página de mis apuntes en esas asignaturas, lo cual no es malo, ya que nunca he visto entrar una célula por la puerta de mi consulta.

Sin embargo, nadie me habló de Antropología, de Sociología, ni de Filosofía. Y todos los días entran por la puerta de la consulta seres humanos que viven en sociedad, que tienen creencias y valores que influyen en mi actividad médica y, lo que es más importante, en su salud.

Y la Filosofía ¿para qué puede servir? Pues verán, si nos hubieran enseñado algo más de Filosofía que la que aprendimos en el COU (los que somos de esa época) que se limitaba a llegar hasta el primer Wittgenstein, nos habríamos enterado que la filosofía contemporánea pone en jaque muchas de las cosas que damos por ciertas, como la infalibilidad de la ciencia, la separación entre cuerpo y mente cartesiana, que habla mucho y extenso sobre la cuestión del poder y cómo se ejerce, sobre la deconstrucción de conceptos que damos por verdaderos sin discutirlos, sobre la importancia del lenguaje y, muy importante, sobre el triunfo de la subjetividad sobre la imposible objetividad. Continuar leyendo «Más filosofía y menos citología. Reflexiones sobre los Algoritmos Terapéuticos impuestos.»

IDENTIDAD NACIONAL, PERO ¿QUÉ ES IDENTIDAD?

¿Identidad? ¿Identidad nacional? ¿Nacionalismo? ¿Soberanía? ¿Nación? ¿Independencia? ¿Diferencias irreconciliables entre pueblos? ¿El divorcio  de las naciones?

Múltiples palabras que aparecen día a día en los medios de comunicación, en las conversaciones del bar, salpicadas por las emociones, a veces un poco violentas, de quienes se sienten ofendidos por las opiniones del que consideran enfrentado. Pero ¿sabemos de qué hablamos? ¿Hablamos de lo mismo? El lenguaje es una herramienta simbólica por lo que, para ser útil en el intercambio entre personas, debe avenirse a un consenso en cuanto a sus significado. Si no tenemos claro que nuestras palabras signifiquen lo mismo, ¿cómo podemos llegar a acuerdos?

El concepto de identidad tiene mucho que ver con la filosofía. No en vano, si preguntáramos a cualquiera cuáles son las grandes preguntas de la filosofía es más que probable que nos contestara las siguientes: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

La cuestión es, que en la historia y tradición de la filosofía occidental, «ser» implica también «no ser«. Sólo se puede «ser» de una manera, que excluye «ser» de otra. No hay posibilidad para la pluralidad ni para la alteridad. No puedo ser muchas cosas a la vez, ni ser cosas contrarias al mismo tiempo. Si no puedo ser pluralidad, soy unidad. Si no puedo ser alteridad, soy identidad. Y aunque Platón nos perdonó la obligación de ser identidad cuando nos movemos en el mundo sensible, también nos explicó que ese mundo sensible es sólo una frágil imitación del mundo de las ideas. Y en las Ideas no es posible la alteridad, las Ideas tienen una única identidad. Continuar leyendo «IDENTIDAD NACIONAL, PERO ¿QUÉ ES IDENTIDAD?»

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