Vivimos en el mundo de lo inmediato. Todo empezó hace ya algunas décadas. El mundo de las relaciones humanas a distancia empezó a acelerarse cuando se inventó el teléfono. Ya no teníamos que mantener largas conversaciones por cartas, que tardaban días en llegar, ser contestadas y volver. Luego apareció el correo electrónico. Casi sin pensarlo, de repente, teníamos, y tenemos, las misivas de nuestros conocidos casi al instante de ser escritas. Y con la parición del móvil, ni siquiera teníamos que estar en casa para recibir las llamadas. La comunicación interpersonal conseguía algo nunca antes pensado. Podemos contactar con cualquiera, en casi cualquier lugar, en casi cualquier instante. Y si no queremos hablar, pues nos ofertaron los SMS. La posibilidad de seguir con nuestro contacto personal y a la vez contactar con el lejano. Lo último (para mí) es la mensajería instantanea (y practicamente gratuita), llámese whassap, line u otros. Ya no necesitamos esperar para tener respuesta a nuestros mensajes. Y hasta nos preocupamos cuando los dos asteriscos verdes no aparecen inmediatamente.
Tampoco esperamos para tener el último libro de nuestro autor favorito (nos lo descargamos, legal o ilegalmente), escuchar el último disco de nuestro grupo o ver la última película de la lista de éxitos.
Y nos prometen aprender idiomas sin esfuerzos en tiempo récord, conocer mundo exóticos en un fin de semana, alcanzar nuestros sueños sin remangarnos la camisa.
VIVIMOS EN EL MUNDO DE LO INMEDIATO. AHORA LO QUIERO, AHORA LO TENGO.
Pero…¡ay! las enfermedades no tienen whassap. Las enfermedades siguen funcionando en el mundo de las cartas por diligencia. Vienen, duran, pasan (a veces)…y lo hacen utilizando todo el tiempo disponible. Las enfermedades se instalan en nuestro tiempo y no se van porque queramos que se vayan ya. Se toman su tiempo para evolucionar.
Pero hemos perdido la conciencia del tiempo. Donde todo es inmediato, el tiempo no tiene lugar. Donde no he aprendido a esperar, cada segundo se hace eterno. ¡Que se lo digan a las embarazadas, que viven suspendidas en un mundo en que sigue a la misma velocidad que al principio de nuestra historia como especie! Las ecografías tri- o cuatridimensional parecen querer calmar la ansiedad de la espera de no saber cual será el resultado final hasta que el tiempo lo decida. Pero… igual hay que esperar y aprender a esperar.
Unos cuantos hemos tenido la suerte de aprender a vivir en un tiempo en el que la espera era parte constituyente. Pero ¿qué pasará con las nuevas generaciones, las que no conocen el significado de «esperar»? ¿Cómo le explico, cada día, a adolescentes y jóvenes que un catarro tiene sus días? Es que no hay una medicina mágica que lo cure ¡ya! Muchas de las «urgencias» que acuden cada día al centro de salud son «urgencias del tiempo«, «urgencias del no sé esperar» «urgencias del quiero que se quite ya«. A l@s médic@s nos han enseñado a actuar en las «urgencias del riesgo vital» en las «urgencias del hay que hacer algo ya», no para curar sino para dar tiempo y oportunidad a la cura. Pero cuando la «necesidad de atención» viene movida por la necesidad de la cura inmediata, de la suspensión absoluta de cualquier molestia o sufrimiento, aunque éste sea mínimo, yo me quedo sin palabras ( o peor, digo lo que no debo). «Lo siento, estimado paciente de 17 años de otro cupo, un golpe ayer en la espinilla duele, aunque no revista ninguna gravedad, y duele durante varios días, forma parte de nuestra fragilidad como seres humanos, y no necesita una radiografía para curarse, ni hace falta atiborrarse a analgésicos, que pueden ser peor solución que la molestia causada por ese dolor». Un golpe en la espinilla nos recuerda que somos seres humanos, y que el dolor y el sufrimiento pueden esperarnos tras cada esquina. Pero que somos capaces de seguir adelante, de estimar nuestro tiempo, a pesar de ello.
Estimado paciente, lo siento, pero las enfermedades no tienen guasap, se toman su tiempo para responder.