«Vanidad de vanidades, todo es vanidad»

Cuando llevas 15 meses sin ir a trabajar el primer día se convierte en un reto mayor que escalar un 8000. De la más básica duda (¿me acordaré de la clave del ordenador?) a la más fundamental (¿habrán cambiado el algoritmo de RCPA?), tienes tantas preguntas en la cabeza que si tuvieras que escribirlas no te daría la jornada laboral. De la angustia de volver a lidiar con la historia clínica electrónica, con el nuevo sistema de IT, pasas a la angustia de disimular que no te acuerdas de los nombres comerciales de los fármacos y ni idea de lo que contienen cuando te dan un nombre (lo que se agrava por el hecho de que llevo algunos años usando solo las DCI).

Pero entonces, ¡ocurre!. Empiezan a entrar los pacientes, TUS pacientes. Dos besos en la puerta y los parabienes anteceden a cualquier pregunta normativa del manual de Entrevista Clínica. La duda que más veces me han planteado mis pacientes (que no son míos, ya lo sé) es ¿fue niño o niña? Debo reconocer que halaga cuando tantas personas tienen interés, la mayoría de las ocasiones sincero, en tu vida.
Pero este proceso de reincorporación, reencuentro y reconocimiento tiene una cara oculta, un riesgo peor que el dimg_0777-1el colesterol alto. Corres un elevado riesgo de caer enfermo de vanidad. «¡Qué bien que ha vuelto! ¡»»Su sustituta no era mala, pero…ya sabe…usted es mi médica.»»¡Cómo usted, ninguna!»»Yo estaba esperando a que volviera para pedir cita» (que ya es esperar, oiga)»Le he preguntado a su marido cuando volvía» (cosas de vivir en el pueblo de al lado), «Usted sí me entiende» «Usted sí se preocupa»»Usted sí que sabe»…y muchas otras expresiones que atacan directamente a la línea de flotación de la vanidad médica.La vanidad es una «enfermedad»  a la que los médicos tenemos cierta propensión. Diría yo que estudiar medicina ya es un factor de riesgo, aunque creo que es mucho más complejo.

El DRAE en su segunda acepción la define como «arrogancia, presunción, envanecimiento«, y en Wikipedia encontramos  «la creencia excesiva en las habilidades propias o la atracción causada hacia los demás«. Ni que decir tiene que oír varias veces al día que eres muy buena, que sabes mucha medicina, que eres mejor que los compañeros que te han sustituido, le sube los niveles de vanidad al más humilde. Si ha eso le sumamos que el proceso de creación de un médico lleva  asociado una exposición intensa y extensa a la vanidad, el riesgo de que perdamos el norte es muy real.

Los estudiantes de medicina, cuando consiguen entran en las restringidas listas de acceso de una facultad de medicina, ya han sufrido una avalancha de halagos, frases y refuerzos: «solo los mejores entran en Medicina» (ergo, si entro en Medicina, soy de los mejores); «solo los mejores, terminan Medicina» (de nuevo, si termino la carrera, ¡soy la h…!); «solo los mejores consiguen plaza en una especialidad guay» (en esto, los médicos de familia recibimos en la mayoría de los casos la primera vacuna de humildad de nuestra existencia), etc. Te pasas la vida oyendo que eres la crème de la crème,  no tienes parangón, lo has hecho estupendo, sabes lo que nadie y tiene poder para salvar vidas. «Ná es ná». El que llegado a este punto no camine al menos dos pasos por encima del suelo tiene la piel muy dura o un serio problema de autoestima.

Pero la intervención  más poderosa para incrementar la vanidad de un/a médico/a son sus pacientes. Los compañeros también pueden hacerlo pero no es tan potente. Que tus pacientes te repitan una y otra vez que buena eres, que eres la mejor, que vas a su privada (quien la tenga) porque prefieren pagarte que ir al médico del seguro (que igual eres tú también), que si no estás, se van (dejando de paso una cita sin utilizar), te va elevando de la silla tanto que corres el riesgo de romperte el coxis cuando regreses.

Pero la vanidad te pone unas gafas oscuras que te impiden ver la realidad y verte en la realidad. Demasiada auto-complacencia y poca autocrítica, demasiado «mírenme cómo lo hago» y poco «déjame mirar cómo lo haces tú». Y te pone en una situación de alto riesgo de meter la pata y ser incapaz de darte cuenta a tiempo. Y de paso, frena el aprendizaje (si eres tan bueno, ¿qué necesidad tienes de seguir aprendiendo?). Así que es imprescindible intentar vacunarse contra ella.

Eso sí, la vacuna no es la humillación que sufren, en no pocas ocasiones, estudiantes y residentes en manos de médicos especialistas ya enfermos de vanidad. La vacuna es el aprendizaje de la práctica reflexiva, de la autocrítica constructiva, de la sonrisa y la contestación: «la doctora que ha estado por mí ha trabajado estupendamente, es una pena que no haya aprovechado su conocimiento en este tiempo«.

Eso sí, si quieren tener una descripción excepcional de los pecados capitales del médico les aconsejo visitar Medicina en la Cabecera (entradas de junio y julio de 2015), de . Escribe infinitamente mejor que yo y es un aprendizaje continuo leer su blog.

NOTA: la frase del título no es mía, es del Eclesiastés (12, 8), uno de los libros de la Biblia (tanto cristiana como judía).

 

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