Medicina sin evidencia…también

Cualquiera que haya pasado una consulta, especialmente en entornos de baja tecnificación y elevada relación médico-paciente, como es la Atención Primaria, sabe que hay muchas actividades que se hacen sin recurrir al conocimiento científico. No me refiero a poner tratamientos sin investigación suficiente o a pedir pruebas complementarias sin valor predictivo. Es algo más simple.

La semana pasada acudió a consulta una de mis pacientes. Cuidadora de su marido, incapacitado por una enfermedad crónica, madre de hijos varones. Sin enfermedades importantes, más allá de algún achaque propio de la edad y algunos problemas de salud sin grave repercusión. No le hacían falta recetas (su receta electrónica aún tenía validez para un mes más). No traía nuevos problemas de salud y ni siquiera un empeoramiento de los previos. Entonces…¿para qué venir a consulta?

My listening EarsEs un poco complejo describir una consulta así. Puedes sentir que tanto estudiar medicina no te da herramientas para afrontarlo. La paciente tiene varios problemas serios y muchos de ellos relacionados con la cultura:

– es mujer, educada para cuidar, no importa en qué circunstancias, sin pensar nunca en sí misma. No se puede permitir un momento de descanso, un momento de autocuidado, porque su marido necesita cuidados y ella es quien DEBE dárselos.

-solo tiene hijos varones, algo que me ha repetido en muchas ocasiones (¡si al menos hubiera tenido una hija!). No puede pedirles que la ayuden, que acompañen a su padre para que ella pueda permitirse un descanso. Los varones no tienen que cuidar.

-atrapada entre el ser y el deber. No es feliz y lo sabe. Aspira a más…tiene valores para más. Yo he visto su sensibilidad en las artes (pintura, costura, punto, manualidades, esas pequeñas actividades de los clubes de la tercera edad y las actividades del barrio) y sensibilidad para pedir a sus hijos que sacaran fotos espectaculares de nubes (ella no se lleva bien con la cámara).

-y, desde la enfermedad de su marido, atrapada en el hogar (es llamativo ver como mujeres que han tenido una vida más libre mientras sus maridos trabajaban todo el día, ven su mundo derrumbarse cuandl ellos tienen que quedarse en casa)

Pero esta es la vida que le ha tocado. Sonríe cuando me dice que uno de sus hijos vendrá del extranjero, con su familia, para pasar un par de semanas. Al final creo que ese era el verdadero motivo de consulta…compartir esa pequeña alegría.

Ella se fue con una sonrisa, con una actualización de su receta (y de paso de la de su marido), sin cambios, sin nuevas prescripciones, sin pruebas…sin medicina basada en la evidencia. Podría decirle que está equivocada, que no tiene que sacrificar su vida para cuidar, que debe ser egoista y pensar en sí misma, que debe obligar a sus hijos (incluso contra su propia conciencia)… pero eso me convertiría a mí también en agresora, en culpabilizadora, puesto que estaría insinuando que sus problemas son  culpa de ella. Así que solo pasé mis manos por sus hombros y le dije que estaba allí por si me necesitaba.

Y yo me quedé desconcertada. No por no estar acostumbrada a este tipo de consultas. Sino por el amargo regusto de saber que ni toda la medicina que enseñan en la facultad puede darme herramientas para aprender qué y cómo llevar estas consultas. No hay ciencia, solo historias. Las soluciones no están en nuestras manos, al menos no solo en nuestras manos. La salud de esta mujer depende de nuestras propias concepciones culturales, de los recursos para facilitar su tarea, de nuestra posibilidad para cambiar el modo en que entiende e interpreta su vida. Tal vez solo podremos trabajar para que cambie para las futuras generaciones.

Esto es, para mí, practicar medicina sin evidencias, medicina basada en las relaciones personales, en el conocimiento de una cultura compartida (o al menos conocida), en recoger las historias y decidir cuándo debes intervenir y cuándo solo escuchar. Hay mucha ciencia que aplicar en la consulta pero no siempre es la ciencia la que resuelve nuestras consultas. Para entender estas consultas hay que ser sensible a las circunstancias personales, pero también hay que ser capaz de entender la cultura del paciente (sin juzgarla), las dinámicas familiares de antes y ahora (sin juzgarlas), las luchas internas de las personas. Por eso cada vez estoy más convencida de que tendríamos mejores médicos si les enseñaramos menos bioquímica/biología/biofísica y aprendieran algo de más sociología, antropología, filosofía… al fin y al cabo trabajamos con personas en la sociedad y no con ejemplares en tubos de ensayo.

¿Quién debería elegir medicina de familia?

En la Revista Atención Primaria de este mes se publica un artículo que analiza los factores que se relacionan con la elección de la especialidad de medicina de familia en el MIR. Los autores, especialmente Beatriz López- Varlcárcel y Patricia Barber de la Universidad de Las Palmas, han trabajado durante mucho tiempo en el tema de las elecciones de especialidad en el MIR y en las necesidades de especialistas en España.

Lo que destaca en ese estudio y me llama la atención (no por desconocido, por supuesto) es que elegir medicina de familia se relaciona con estar peor situado en el MIR, ser mujer y ser extranjero. Me gustaría comentar lo «peligroso» que resulta que solo los peores situados en el MIR escojan medicina de familia.

Verán, esta semana he pasado consulta 4 días, el rango de presión ha oscilado entre los 25 del miércoles (¿celebración del día del padre?) y los 47 del lunes (post-fin de semana). He atendido un début diabético descompensado de un adulto, pacientes con enfermedad cardiovascular establecida, enfermedad cerebrovascular, pacientes ancianos complejos con pluripatología y polimedicados, personas con problemas vitales que amenazan su salud, problemas traumatológicos, trastornos mentales, pacientes con dolor crónico de difícil control, varias faringitis, asma, problemas alérgicos, fiebre de origen desconocido, embarazadas (un par con patología concomitante), problemas urológicos, ginecológicos, dependencia, etc. etc. etc. (no he visto niños porque no me ha tocado guardia esta semana). He oído historias de salud y enfermedad, de alegria y de desgracias. En fin, aburrirme lo que se dice aburrirme, no me ha pasado.

La enorme variedad de patología, y la complejidad de muchos pacientes, obliga a estar permanentemente alerta, a estudiar cada día, a replantearme las actuaciones, los tratamientos, a aprender cosas que desconozco, a repasar cosas que hace tiempo que no veo, en fin, a no apoltronarme nunca en la comodidad de lo conocido. Desde la pediatría a la obstetricia, a la traumatología, la geriatria, la cardiología, la urología, la nefrología, la neurología, la farmacología, la prevención…mi elección de la medicina de familia me obliga a estar siempre cambiando de objeto de estudio. Eso sin contar todo lo que es específico, como la atención familiar, la actividad comunitaria, la visión global de las personas…

Y dicen que solo los que tienen peor número en el MIR cogen medicina de familia, como si fuera la especialidad fácil, para los que no pueden acceder a otras más «difíciles». Pero ¡si hay que saber de todo! Recuerdo a una amiga de la faculta, hoy cirujana, que me decía que ella nunca sería médica de familia, «hay que ser muy inteligente para eso, prefiero una especialidad en la que aprendas a hacer unas pocas cosas y las repitas siempre».

Tal vez toca ir a las facultades y decir:  «si no sois muy buenos, no escojais medicina de familia, porque las condiciones (presión asistencial, variedad, escaso tiempo para tomar las decisiones, presión emocional, etc.) solo son aptas para los mejores, los más motivados, los más enamorados de esta profesión, los dispuestos a no conformarse nunca con el conocimiento adquirido, los fuertes de espíritu para seguir siempre adelante… los pacientes se merecen que sólo los mejores sean médicos de familia, al fin y al cabo tenemos la responsabilidad de ser sus guías en el proceso de salud y enfermedad y sus abogados defensores en el sistema sanitario». Ya está bien de mirarnos a nosotros mismos como la cenicienta del sistema, nuestros pacientes no se merecen eso.

Los que estáis a punto de escoger plaza de MIR para el próximo curso, pensadlo bien. Ser médico o médica de familia supone aceptar una gran responsabilidad. La medicina de familia abarca toda la medicina y mucho más.

De oposiciones va la primavera…

Después de demasiadas semanas sin escribir, debo una disculpa. Las circunstancias a veces me desbordan y aunque en mi cabeza múltiples textos luchan por salir, el tiempo no me da para más.
El próximo 5 de mayo se cumplirán 14 años desde que terminé la especialidad de Medicina de Familia y, espero por fin, haber podido presentarme a las primeras oposiciones «normales» desde entonces en el Servicio Canario de Salud (salvando la convocatoria extraordinaria que allá por el 2003 se convocó para intentar salvar a la ingente cantidad de interinos sin oposiciones con muchos trienios de antigüedad). El anuncio del examen (ya confirmado para el 26 de abril) desbarató mis planes y me ha obligado a una dura adaptación. Pero no quiero abandonar este blog, así que transcribo la reflexión que en su momento escribí y que, por no tener tiempo de revisar, no había publicado.
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El invierno, ahora en su apogeo a lo largo y ancho del hemisferio norte, anunció la convocatoria de oposiciones para plazas de medicina de familia en el Servicio Canario de Salud. La primavera nos traerá el examen y para el verano habremos pasado tan angustioso trance en la vida de los trabajadores del servicio público de salud.
Haciendo una metáfora, podría también decir que tras el largo invierno de la ausencia de convocatorias públicas a las plazas de medicina de familia (solo una en ya casi catorce años que mi título de especialista en medicina de familia lleva colgado en la pared), se adivina la primavera de la posibilidad de acceder a un puesto de trabajo indefinido con los derechos, o casi, de cualquier empleado público. Continuar leyendo «De oposiciones va la primavera…»

La grandeza de la medicina de familia

¡Aviso a navegantes! Éste es un pequeño ataque de orgullo por nuestro trabajo y una invitación a futur@s médic@s que no tienen claro si elegir medicina de familia vale la pena. 😀

¿En qué otra especialidad médica tienes en el mismo día la oportunidad de compartir con pacientes la alegría de la promesa de una nueva vida y la angustia de la amenaza de una muerte anunciada? ¿En que otra especialidad médica te reciben con un café y una sonrisa y te despiden con un beso y una tarta cuando acudes a una visita, y te abren de par en par las puertas de su casa  permitiéndote entrar en su intimidad (incluso cuando la enfermedad es grave)? ¿En que otra especialidad, además, comparten sus angustias contigo, aunque no crean que sean una enfermedad ni que tengas ninguna solución que ofrecerles? Poco a poco empiezas a ser parte, y no una parte pequeña, de la vida de tus pacientes.

Y eso a pesar de la presión asistencial, la burocracia, la falta de sustitutos y los pacientes sin cita. Y la poca consideración por nuestr@s compañer@s hospitalari@s. Y salir, a veces, demasiado tarde del trabajo.

Pido disculpas por pecar de optimista, pero una mirada diferente cambia el modo en que vemos nuestro trabajo. No cambia lo malo, pero permite disfrutar de lo bueno. Debo tener una enfermedad crónica llamada «ser médica de familia (código CIE-9: XXXXXX)» ¡qué se le va a hacer!

Contra el pensamiento único, conocer otras realidades

Paul Bohannan en «Para raros, nosotros«, un texto académico sobre Antropología, nos invita a ser reflexivos con la propia cultura, no con el fin de negarla, sino de escogerla (o no ) con conocimiento de causa. Elegir un camino, una ideología, una cultura no significa menospreciar o negar la validez de las demás opciones, sino ejercer una responsabilidad, la de elegir sabiendo que no es nuestra única opción.

Hemos crecido, al menos la mayoría, en una cultura del pensamiento único, herencia, en gran parte, de otras épocas de nuestra historia. Pero tendemos a aplicar ese «pensamiento único» a todas nuestras actividades. De este modo, corremos el riesgo de creer que hay una sola manera de pensar y hacer las cosas.

En medicina de familia esto se concreta en pensar que hay una sola forma de pensar (de hacer ideología y apología) de la medicina de familia. Como crecemos (=nos formamos y trabajamos) conociendo una forma casi unica en todo el país, es decir, equipo de AP, énfasis en la prevención, etc. podemos pensar que todo médico/a de familia en cualquier parte tiene las mismas experiencias e ideas. Pero no es así.

Invito a los lectores a leer «Ideological Debates in Family Medicine» (Sthepen Buetow & Tom Kenealy, editores) para comprobar como pueden darse argumentos, sensatos y bien definidos, para perspectivas y maneras diferentes de ejercer la medicina de familia: atención familiar, salud poblacional, el enfermo como centro, subespecialización, incertidumbre, MBE, racionalidad versus emociones, en equipo o no, etc. El número de autores que contribuyen es elevado y proceden de todo el mundo. Entre ellos Juan Gervas, Barbara Starfield, Iona Heath…¡Solo por ellos vale la pena!. (¡Ojala estuviera traducido!)

Creo que es un sano ejercicio plantearse el «¿y si fuera de otro modo?». Imaginar otras realidades diferentes jugando con cambiar cosas en la nuestra, teorizar sobre las alternativas, desarrollar un pensamiento crítico con todo, incluso con nosotros mismos. Un ejercicio de imaginación  destinado no a soñar mundos irreales sino a plantear alternativas que pongan en jaque nuestra realidad, obligándonos a razonarla y argumentarla. Y todo ello destinado a cambiar el (nuestro) futuro y no a perpetuar un mismo presente.

Al final podemos seguir pensando que la forma en que nosotros pensamos la medicina de familia es la mejor (en nuestro aquí y nuestro ahora), o no. Pero, en cualquier caso, será una cuestión de elección y no de imposición de un pensamiento único.

Medicina de Familia…y sin embargo te quiero

La mayor parte de las veces que leo a algún/a médic@ de familia hablando de su trabajo, el discurso se centra en la parte más negativa de nuestro trabajo, en lo que no conseguimos, en la presión asistencial, en la “maldad” de los gestores, en la improcedencia de las consultas urgentes, en la cantidad de burocracia, etc. De esta manera, la metanarrativa (la narrativa general que se extiende entre todos) es la de la “i love medicina de familiamala vida” de l@s médic@s de familia. ¿Alguien, en su sano juicio, querría formar parte de esta historia?
Hoy, un miembro del grupo administrativo de mi centro de salud me ha dicho que entiende l@s médic@s estemos un poco hartos de todo, cansados de esta manera de trabajar, de no ser «médic@s». Y entonces me he dado cuenta que mentiría si hubiera asentido. Yo no estoy harta de mi trabajo, es más, disfruto haciéndolo.
Es cierto que son más los días de 40 que de 30 pacientes, más los días con 6 horas de consulta que con 4; que hay pacientes que mal-utilizan las citas urgentes, y que hay consultas puramente burocráticas ( y que hay días en los que hubiera preferido no levantarme de la cama :)). Pero no puedo decir, en ningún caso, que me aburra. Abundan los casos interesantes desde el más estricto punto de vista médico ortodoxo, es decir, necesidad de hacer anamnesis, exploración, planteamientos diagnósticos y terapéuticos. Y abundan mucho más los casos que piden, casi a gritos, un planteamiento de medicina humana, de escucha, comprensión y acompañamiento. Y no siempre consigo estar a la altura de lo exigido en unos y en otros. La necesidad de aprender y estudiar continuamente es un acicate para mantener el interés en la profesión.
¡Qué decir de la burocracia! Son muchos los papeles inútiles realizados, pero… muchos pacientes sin controles de ningún tipo en sus enfermedades crónicas pueden ser re-enganchados al acudir a “repetir” (pocos dejan de hacer las recetas), adolescentes/jóvenes que acuden al “inútil” certificado médico para la matrícula caen en las redes del consejo anticonceptivo, la solicitud de transporte sanitario se convierte en una pequeña charla sobre las dificultades del cuidado… el problema no está en la actividad sino en lo que pensamos y hacemos con ese momento, con ese pequeño encuentro.
No todo es bueno al 100% pero tampoco es, como algunos parecen transmitir, malo al 100%. Lo cierto es que no me imagino ninguna profesión que sea 100% perfecta, en la que todo sea emoción, reto intelectual, sin decepciones y algunas rutinas. Tampoco ningún trabajo, por cuenta propia o ajena, en la que no haya roces con los jefes o las administraciones públicas, los clientes, etc. Pero yo no cambiaría de profesión, y conozco a pocos, incluso los que solo cuentan “malas aventuras” que deseen hacerlo.
Así que creo que tenemos que cambiar nuestra narrativa. En primer lugar, por nosotros mismos. Nos repetimos tanto que esto está mal, que no importa ya como esté, en nuestra imagen mental todo será evaluado con la premisa de que estará mal. En segundo lugar, por nuestros pacientes (y por nosotros mismos, de rebote), si continuamente oyen lo que no podemos hacer, nunca se creerán todo lo que sí podemos hacer por ellos. Y, en tercer lugar, por l@s futur@s médic@s de familia: si los estudiantes solo oyen desventuras, ¿quién querrá continuar con nuestra aventura?
Lo importante en nuestras historias personales y colectivas no son los hechos, sino los significados que asignamos a esos hechos. Es hora de empezar a cambiar los significados de los hechos de la atención primaria española. Es hora de hacerla deseable para todos, de crear envidia… al fin y al cabo la envidia es la principal “virtud” que se nos asigna a los españoles.

Y todo esto sin dejar de luchar por la mejora de la Atención Primaria…todo un reto.

¿Para cuando la versión española de Family Medicine Revolution?

Escuchar, escuchar, escuchar…para ser médic@

En las últimas semanas varios pacientes se han despedido de la consulta con una frase impactante, al menos para mí, «gracias por escucharme». En mi frustación por no poder ofrecer nada, es decir, no poder dar tratamientos contra el paro, los problemas familiares, la cuasi explotación laboral, la deseperanza, al fin y al cabo, no había caído en la cuenta de que todavía podía ofrecer «la escucha» y que ese es un recurso terapéutico que muchos pacientes (y desgraciadamente también muchos médic@s) creen que no está incuido en la cartera de servicios del SNS.

Así que, en relación con la entrada sobre lo que la música aporta a la medicina, hoy voy a divagar sobre la escucha. En música, escuchar no es un añadido. Si no pones las orejas y todos los sentidos, no puedes nunca afinar y tocar correctamente. Todo tu ser tiene que estar concentrado en lo que haces. No basta con leer la partitura, hay que entregarse a ella. Y escuchar es el requisito básico. Escuchas tu instrumento, si la nota que sale tiene el tono, el timbre y la fuerza requerida en la partitura. Pero también escuchas a los demás, para que la afinación sea perfecta tienes que ajustar el sonido, así todo suena perfectamente armonizado. Pero todo comienza en las orejas, escuchar, continua en el cerebro, pensar, sigue en las manos, actuar.

No es dificil entrar en Pubmed y buscar con el término «listening». Aunque la mayoría de lo que aparece tiene relación con el órgano de la audición y sus enfermedades, también se pueden encontrar pequeñas perlas que hablan de la importancia del acto de «escuchar». Por ejemplo, Jagosh et al, nos presentan un estudio cualitativo sobre La importancia de la escucha del médico desde la perspectiva de los pacientes: mejorando el diagnóstico, la curación y la relación médico-paciente. Continuar leyendo «Escuchar, escuchar, escuchar…para ser médic@»

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