Una de las características diferenciales de la medicina de familia es el hecho de que, además de en centros sanitarios, nosotros ejercemos la medicina en casa de los pacientes. Entrar en la casa de los pacientes implica adentrarse en su mundo privado, íntimo. Supone que somos nosotr@s, l@s médic@s, los que pedimos permiso para entrar en su mundo. Si pensamos en lo que ocurre en los hospitales nos daremos cuenta que el hospital es el país de los sanitarios al que acuden como visitantes/inmigrantes los pacientes. En atención primaria gozamos del privilegio de ser invitados a la casa de los pacientes. Nosotros somos los visitantes.
En todas las culturas el visitante tiene que cumplir unas normas. Debe ser respetuoso con las costumbres del anfitrión, al fin y al cabo, está en su casa. Agradece la hospitalidad y responde de modo adecuado. Cuando somos huéspedes de otro tenemos el deber de ser extremadamente educados y respetuosos. Por su parte, el anfitrión responde a las normas de la hospitalidad. En otros tiempos y culturas esto suponía incluso poner en peligro la vida para proteger la del huésped, aún cuando fuera parte del enemigo.
Como médica de familia disfruto de este privilegio. Siempre con invitación previa, entro con cuidado en las casas de mis pacientes. Pero estas casas no son solamente las estructuras físicas en las que se resguardan de las inclemencias del tiempo, crean y mantienen lo que llamamos hogar o desarrollan una parte importante de su tiempo vital. También somos invitados a otra «casa», la que está constituida por la historia personal del paciente. Ahí también se esconden sus intimidades, su miedos, su narración vital, al fin y al cabo. Para entrar también necesitamos invitación, y para ser invitados tenemos que ganarnos la confianza del paciente. Solo así obtenemos la llave para abrir esa puerta.
Y como todas las puertas, no siempre encontraremos lo que esperamos. Del mismo modo que tras puertas desvencijadas de casas de barriada con pintura descascarillada me encuentro con casas renovadas, cuidadas, luminosas y perfectas para vivir; detrás de las puertas semiabiertas de personas que encajan en el perfil de «personas normales» (sea lo que sea que signifique eso), me encuentro con historias de terror, vidas desvalidas, destrozadas, desesperanzadas. Historias que dan sentido a esa otra historia que se recoge en una historia clínica bizarra, de dolor físico incontrolable, de fármacos para la depresión, la ansiedad, el insomnio, el dolor, los gases, la dispepsia, los mareos…en fin, el malestar vital.
En las últimas semanas me han abierto varias de esas puertas. Y detrás de ellas se escondían historias de maltrato. Maltrato físico y psicológico ejercido por sus parejas (actuales o pasadas), maltrato físico y psicológico ejercido por sus padres (y guardado durante décadas bajo 5 llaves, en reconditos lugares de la memoria). Y al provocar la apertura de esas puertas me he sentido como Pandora al abrir la caja de los males de la humanidad. Y he temido no ser capaz de mantener la puerta abierta el tiempo suficiente para que la esperanza también pudiera escapar de su encierro. Pero sobre todo, al recibir las historias que tan generosamente me han ofrecido he podido comprender que no puedo «curar» con pastillas lo que está carcomiendo el alma. He comprendido que la historia clínica es solo el pobre reflejo de la verdadera historia de est@s pacientes y que sin esta historia mi trabajo de médica no puede funcionar.
Una parte del trabajo del médico (y la médica) de familia es ser testigo de las historias de los pacientes. Para ello hay que poner las condiciones para que esas historias afloren. Primero la confianza (el paciente tiene que sentir que somos sus aliados y sus confidentes), en segundo lugar la actitud (al fin y al cabo tenemos dos orejas, ¡por algo será!) y, no menos importante, tenemos que creer profundamente que es esto es parte fundamental de nuestra labor. Y solo nos falta tener el tiempo. Pero el tiempo, si es necesario, lo encontramos, del mismo modo que encontramos el tiempo para atender un infarto, una parada cardiorrespiratoria o una hemorragia digestiva. Porque, ¿quien puede afirmar que no es más mortal, a largo plazo, negar la expresión de las historias?
Toca aprender a abrir puertas. Dejar salir las historias y permitir que l@s pacientes encuentren nuestro apoyo para poder reescribir su vida en términos más felices.
¡FELICIDADES! por hacernos reflexionar y ver otras oportunidades que nos ofrece la atención domiciliaria. En el entorno que trabajo no es un punto fuerte ni para médicos ni enfermeras
Sí, el único problema de la atención domiciliaria es el mismo que para toda la atención primaria…requiere tiempo. Y disponer de tiempo es un lujo que no siempre tenemos.