“Si tu ojo derecho te hace pecar, arráncatelo…” o algo parecido recuerdo de haber leído en algún evangelio (perdónenme los puristas). La mirada no es inocente. La metáfora que nos recuerda que el problema puede no estar en el objeto observado, sino en el sujeto que observa.
Ver es un acto complejo. Los que hemos estudiado biología humana hemos estudiado el modo en que el ojo recrea las ondas lumínicas en la retina y envía esa información al cerebro, donde le damos la forma en que realmente percibimos. Recuerdo estudiar conceptos básicos sobre el modo en que el cerebro identificaba diferentes hechos (movimiento, líneas, etc)
A muchos, demasiados nos han contado, a lo largo de los años, que lo que miramos, lo vemos y es lo que es. Es dificil aceptar que aquello que dibujan nuestros ojos no es exactamente lo que creemos que es. Que hay una voluntad, muchas veces involuntaria, que cambia lo visto. Vemos a través de filtros. Filtros creados por nuestra cultura, nuestra formación, nuestras lecturas. Mirar no es una actividad de los ojos, es una actividad cerebral. Mirar no es solo ver colores, líneas y formas. Mirar es otorgar significado a lo que vemos.
Esta no es una entrada sobre política (aunque realmente todo es política); es una reflexión sobre SER médica de familia. Es una reflexión sobre la diferencia entre dedicarse a la todología o a la cachitología. Y sobre tendencia innata de todo todólogo hacia la cachitología.
Hace poco surgió un debate en un grupo de profesionales del que formo parte. El centro del debate era la cantidad de tiempo que debía dedicar un profesional (médico/a de familia o MIR) para aprender una nueva técnica. Los docentes, con amplia formación y experiencia sienten que nunca es suficiente. Otros simplemente aportaban los criterios que se marcan para la formación (criterios para aprobar la formación). El debate está servido.
Está frase me ha generado muchísimas preguntas y reflexiones.
Vivimos en una sociedad en la que la tecnología (en una estrecha definición: tecnología como maquinita revolucionaria) marca la “evolución” y el “progreso”. Hasta no hace mucho (3 décadas), encontrar cualquier tecnología (=maquinita moderna, repito) en una consulta de atención primaria era ciencia-ficción. Hoy en día en una consulta de pueblo podemos encontrar un ordenador, la impresora, el ecógrafo; y menos sofisticados: el dermatoscopio, el Doppler para el ITB, el MAPA, etc. ¿Es un marcador de modernización y evolución o simplemente un cambio radical en lo que entendemos como atención primaria?
Lo reconozco, soy de esas personas que disfruta(ban) en el trabajo. Me gusta(ba) y me los pasa(ba) bien.
En las últimas dos semanas todo ha cambiado. Y hoy, que empiezo unos días libres, no me arrepiento ni me siento culpable de «abandonar» el barco. De hecho, me da miedo tener que volver en unos días.
Por primera vez en muchos años, me he levantado deseando no ir a trabajar. Hasta he deseado que me subiera un poco la fiebre, que me entraran unas diarreas, o algo así. Hace 4 semanas fui a trabajar afónica, incapaz de articular palabras. fui a trabajar con todos los malestares postvacuna, escalofríos, dolor muscular y cefalea incluidos.
Me pregunto cómo han podido 2 semanas terminar con todo eso, y casi conmigo. No me valen las respuestas simples, porque no creo que sea simple. No se trata solo del número de pacientes, ni de la sensación de estar de nuevo braceando en medio del mar sin que a nadie le importe demasiado si nos ahogamos o no.
El número de pacientes diarios se ha duplicado. Pero no es el número. Porque la verdad es que el extra no es más díficil ni más complejo. Gran parte del trabajo extra y mucho del resto es un trabajo «fácil»: los mismos consejos, las mismas pruebas, la misma levedad, la misma burocracia. Casi no te hace falta pensar. Y estas tareas han sustituido gran parte del trabajo habitual, más complejo, más desafiante, más dificil. Al final, lo cierto es que es más fácil e inmensamente más desagradable. La sensación de inutilidad que te embarga cuando lo que haces lo podría hacer un dispensador automático es destructiva.
Estas tareas sustituyen a las habituales consultas. Y sabes que esas consultas no han desaparecido, pero no caben. Y entonces te embarga también un miedo atroz a que otros salgan perjudicados. Mientras atiendes lo innecesario, lo necesario no encuentra sitio. Y es desolador. Y la culpa te invade y te ahoga.
No es simplemente el número, es el cambio en las actividades y tareas diarias.
Y es la desilusión de saber que quienes dirigen esto no tienen la menor idea de cuál es realmente la función y el valor de los médicos de familia. Porque sustituir su trabajo por tareas administrativas no les supone ninguna reflexión, acción ni remordimiento. En el fondo, caes en la cuenta de que creen que ese es tu trabajo habitual.
Y yo no puedo quejarme de falta de reconocimiento por parte de mis pacientes. Que sé que muchos compañeros solo reciben amenazas, desprecios e insultos. En mi pueblo no nos dicen que estamos cerrados y no contestamos al teléfono, sino que nos llaman hasta para otras cosas, porque nosotros sí estamos para contestarles. Y estoy a tope de bombones, galletas, polvorones, rosquetes, y regalos. Esos que suplen la absolutamente desconocida idea de la cesta de navidad de la empresa.
Entonces, ¿qué me ha pasado? Estoy desesperanzada. Cuando todo parecía ir bien, cuando no me acordaba ni de cuál era el último protocolo, cuando se estaban caducando los test de antígenos que teníamos, ha estallado todo. Nos ha devuelto a una realidad aterradora: tampoco en enero tendremos abrazos.
Ha vuelto el miedo. ¿Y si me contagio y luego contagio a mi familia? Y eso que no soy de las que atiende aterrada a los pacientes con sospecha o confirmación de covid. Me pongo EPI (y limitado a bata, guantes y pantalla) solo con pacientes complejos en los que tengo que estar mucho tiempo en contacto. Mascarilla y ventanas abiertas siempre (se puede hacer aquí). No tengo miedo a los acompañantes, no tengo sitio para pòner 2 metros de distancia y no dejo de ver presenciales a los pacientes que lo prefieren y a los que lo necesitan. Tampoco me pongo EPI para ir a los domicilios. Y, tras dos años, tampoco me he contagiado. ¿Por qué ha vuelto el miedo entonces? Porque es difícil luchar cotnra los sentimientos atávicos, los que nacen muy dentro. Puedes acallarlos, controlarlos e incluso no hacerles caso, pero están minando tu alma poco a poco.
He perdido la ilusión de una actividad que me parece útil para los demás, que me permite ayudar a la vez que aprender, que me reta a esforzarme por ser cada día mejor, que impide que me apoltrone en la comodidad. Lo que he hecho en estas dos semanas, mayormente, no necesita un médico, no necesita las miles de horas invertidas en estudiar, practicar y dudar de mi misma. Lo que hacemos en esta ola, a mí, al menos, me hace sentir inútil.
Hay quien cree que para recuperar la ilusión bastaría con subir el sueldo, o con poner extras, o con, al menos, completar las plantillas. Pero eso no será suficiente. Si no hay un interés y un proyecto en recuperar el prestigio y el valor de la atención primaria, de los médicos, enfermeros, pediatras que trabajamos en AP (y del resto de compañeros). Si no hay interés en que la sociedad descubra nuestro valor. Si no hay una implicación de gobiernos, instituciones educativas y profesionales en dar valor, el dinero solo dará para un poco (es necesario pero no suficiente). Porque lo que nos mueve es mucho más que el dinero, o esto habría naufragado hace muchísimo tiempo.
Espero volver con una mente despejada y más relajada y siendo capaz de aceptar que esto solo es una fase y que luego todo volverá a ser diferente. Espero ser capaz de encontrar mi ilusión perdida y volver a trabajar con la misma sonrisa. Y deseo lo mismo para todos los compañeros.
Hace ya más de un mes que me incorporé a mi destino definitivo en el SNS, muchos trienios después de mi primer día de trabajo como médica. El destino (la OPE, quiero decir) me ha llevado (voluntariamente) a un lugar al que, no hace mucho, juraba que nunca iría a trabajar. A mi pueblo.
Desde que terminé la especialidad de medicina de familia he trabajado en muchos y variados lugares, pero el camino me ha ido moviendo desde lo urbano a, finalmente, lo genuinamente rural. Y mi vida personal y familiar me han llevado a elegir trabajar en el lugar en el que he vivido la mayor parte de mi vida, mi pueblo. Continuar leyendo «Médica de (mi) pueblo»
A raíz del último examen MIR se ha desatado un curiosa polémica en relación a la relación de los médicos con sus pacientes a través de las denominadas redes sociales contemporáneas (léase Facebook, twitter, Instagram, google+, Linkedin, etc.). La pregunta en cuestión, que se hizo viral, la pueden encontrar comentada hasta en la prensa generalista. Detrás de esta proliferación de opiniones, noticias, bromas, memes, etc. se ha desatado un debate sobre el tema y diversas organizaciones han intentado dar respuesta a la cuestión (que como tal con toda seguridad no se estudia en las facultades de medicina). El último del que he tenido conocimiento ha sido éste, en el que participa una de las autoras del Manual sobre el Buen Uso de la Redes Sociales para médicos y estudiantes de medicina. En el comentario de Marian Jimenez Aldasoro (médica a la que conozco y admiro) se dice: «en el caso de las relaciones con los pacientes hay que mantener una “separación contundente” entre lo profesional y lo personal. “Igual que no eres médico de tu familia o amigos, tampoco puedes entablar relaciones personales con tus pacientes”«. Continuar leyendo «Médicos y redes sociales.»
Estimado/a colega a punto de escoger plaza en el MIR 2015, verás que en la lista que te dan hay una especialidad que cuenta plazas en cuatro cifras, la MEDICINA DE FAMILIA Y COMUNITARIA. Y se plantearás: «si hay tantas, será por algo». Estoy segura de que también te has pasado por los rankings de años anteriores. Y entonces has visto que los que han escogido medicina de familia no son precisamente los primeros. Y pensarás ¿será que es el premio de consolación?.
Pues bien, yo pienso de una manera muy diferente. Ser médico o médica de familia es un compromiso de futuro, un camino de valientes. No porque tengamos que lidiar con quienes creen que somos menos, sino porque tenemos que lidiar con la MEDICINA (sí, la medicina escrita en mayúsculas). Una compañera, ahora cirujana, me comentó en los días previos a mi propia elección: «yo nunca sería médica de familia, hay que saber demasiadas cosas«. En el fondo, escoger una especialidad que se dedica una parte pequeña del cuerpo humano es el camino fácil. El cardiólogo siempre sabrá que el 100% de sus pacientes tienen un problema de corazón (o no son para él, pero no tiene que averiguar dónde está el problema). Pero el médico de familia tiene a los pacientes, no importa cuál sea su problema. El médico de familia no tiene oportunidad de aburrirse de los que hace, siempre hay medicina que aprender, pacientes nuevos y problemas nuevos de pacientes viejos. Tantos pacientes y tantos problemas generan un número de combinaciones que deja en ridículo al protocolo o la guía mejor intencionada. Continuar leyendo «Carta a futuros: «Y si…elijo medicina de familia»»
Me perdonarán la mezcla de mensajes en el título. Y tendrán que perdonarme también el silencio de estos meses. A veces es necesario parar para pensar, dedicarse a otras cosas y planear el futuro, próximo y lejano. Al fin y al cabo, vivimos pensando en el futuro.
Dejando de lado los motivos para el silencio, tras algunas semanas reflexionando sobre si debía o no continuar con el blog, he decidido animarme a volver a escribir. No es una cuestión de falta de temas, han habido muchos a lo largo de estos meses sobre los que me hubiera apetecido escribir. Muchos los elaboré una y otra vez en mi cabeza, sin atreverme finalmente a plasmarlos en el blog.
Pero la primavera es tiempo de renacimientos, así que voy a renacer este blog en este momento. Y ¿por qué «vuelven las águilas»? Es un grito lleno de esperanza que aparece en «El Señor de los Anillos», en la batalla final. La aparición de las águilas es un grito de esperanza en un futuro a favor. Hace algunas semanas me fui de excursión a los montes de mi pueblo,y allí vi, de nuevo, las águilas. Hacía mucho, mucho tiempo que no veía rapaces grandes (ni siquiera sé si son o no águilas u otra especie) en el cielo del sur de Tenerife. Continuar leyendo «Es primavera, ¡vuelven las águilas!»
El diccionario de la RAE define lastrecomo «Piedra, arena, agua u otra cosa de peso que se pone en el fondo de la embarcación, a fin de que esta entre en el agua hasta donde convenga, o en la barquilla de los globos para que asciendan o desciendan más rápidamente» (primera acepción de la segunda entrada de la palabra). El lastre es lo que hace que un submarino se hunda hasta las profundidades para cumplir su función, y cuando tiene que ascender, debe soltarlo. El lastre es lo que hace que un barco se hunda, si es demasiado. Y el lastre es, en parte, lo que hunde a muchos profesionales en algún punto de su vida profesional.
Lo confieso, aún estoy en construcción. Mi estructura está rodeada de artefactos que siguen haciéndome crecer, cambiar, variar en mi superficie y en mi interior, aunque la vida alrededor no se para y tengo que funcionar, que recibir visitas, que interactuar con el mundo.
Nadie sabe exactamente como se me verá al final, porque cada cambio indefectiblemente altera la percepción que los otros tienen de mi parte más antigua. Ni siquiera yo puedo saber con exactitud cuando podré decir que estoy terminada, ni si lo estaré alguna vez. Continuar leyendo «Lo confieso, aún estoy en construcción»
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