¿Por qué se huye de la Medicina de Familia? Una hipótesis sociológica.

Decir que la Medicina de Familia es la cenicienta de las especialidades clínicas en el MIR, año tras año, no es decir nada nuevo. A pesar de informes detallados (como el de Beatriz González, Patricia Barber y Vicente Ortún) que analizan las causas de esto, no parece existir un cambio apreciable en los últimos años. Sergio Minué, autor del blog el Gerente de Mediado publicó en abril un post sobre el tema (Elegir medicina de familia, ¿por qué no?). Se trata de un tema recurrente en estos meses pre y post elección de los nuevos MIR.

Yo no puedo añadir mucho, en cuanto a ciencia, a todas las aportaciones existentes, pero me gustaría proponer un nuevo factor, uno que no he visto en ninguna de las propuestas leídas a lo largo de estos años. Reconozco que, cuando un estudiante de medicina me pregunta, me falta tiempo para contarle el porqué yo volvería a elegir medicina de familia (aun sabiendo lo que sé y habiendo vivido esta especialidad, en diferentes papeles, en los últimos 12 años).

El nuevo factor que quiero introducir proviene de las teorías sociológicas. Solo es una hipótesis, basada en una experiencia, pero como todo en ciencia, hay que empezar por el cuestionamiento de la realidad para poder avanzar. Tal vez personas con más experiencia investigadora que yo se animen a buscar un modo de valorar la validez de mi percepción.

Todo empezó hace unos meses. Debido al paso desde un trabajo de tipo directivo (de esos que llaman mandos intermedios) durante varios años, de nuevo  a la consulta de Medicina de Familia, pude disfrutar de unos meses de «reciclaje profesional«. La primera rotación que escogí fue la de Urgencias. Así que me puse en contacto con el Servicio de Urgencias en el que, tiempo atrás, hice mis rotaciones de residente. Uno de los primeros días, mientras caminaba por el pasillo en dirección al Servicio de Urgencias, ataviada con los símbolos de nuestra profesión (esto es: bata, fonendo, tarjeta identificativa, porte seguro, etc.) me sorprendí a mí misma pensando que me sentía «en casa». Pero estaba en el hospital e, intelectualmente, defino mi casa «profesional» como el centro de salud. En e se momento me di cuenta que, emocionalmente, el hospital seguía siendo mi casa. Esto me llevó a reflexionar sobre el tema y a pensarlo desde una perspectiva sociológica.

Un libro interesante para introducirse en Sociología es Introducción a la Sociología, de Peter Berger. En él podemos encontrar algunos conceptos interesantes para analizar mi problema. Berger nos cuenta que la identidad se confiere socialmente y se mantienen socialmente (p. 143) y también que nos convertimos en aquello a lo que nos hemos dedicado (p. 142).

¿Cómo nos convertimos en esto? ¿Cómo adquirimos la identidad? En otro clásico de la Sociología, The Social Construction of Reality, también de Berger acompañado de Thomas Luckmann (información sobre la traducción española), podemos acceder a una explicación del proceso: lo que se llama socialización primaria y socialización secundaria. Hay un concepto importante: la institucionalización, esto es, la tipificación como normales de las acciones habituales realizadas por un tipo de actor (de persona). Todos los miembros de un grupo social aceptan como normales las reglas que forman parte de su institución (institución no es lo mismo que organización, institución son reglas, organización son personas). En la institución construimos de forma recíproca el cómo tipificar las acciones puesto que compartimos una historia.

El proceso básico de institucionalización es la socialización primaria. Por medio de ese proceso adquirimos las relgas básicas de  la sociedad en la que crecemos. Las personas que nos transmiten estas reglas y consiguen que las internalicemos hasta pensar que son «lo normal» (lo que hace todo el mundo) son nuestros «otros significantes», principalmente nuestros padres y otras personas cercanas e importantes en nuestra infancia. Pero, además de este proceso principal, es posible que existan socializaciones secundarias, mediante las cuales un individuo ya socializado entra en nuevos sectores del mundo objetivo de su sociedad.

Mientras que la socialización primaria requiere un alto grado de compromiso emocional (relación paterno-filial), no sucede siempre así en la secundaria (no hace falta querer al profesor para aprender una profesión). Pero, a veces, el proceso de socialización secundaria se produce en un entorno con elevada carga emocional. Suelen ser procesos que se acompañan de procesos de iniciación complejos, en el que se produce un compromiso intenso del individuo con su nueva sociedad, digamos que «cambia su hogar». ¿Os suena algo al proceso por el cual nos convertimos en médic@s? La medicina es una institución, es decir, comprende un conjunto de reglas de comportamiento, creencias y valores que son compartidos por las personas que asumen los roles de médic@, casi sin cuestionarlos (siempre hay excepciones, por supuesto). Y estas reglas se aprenden en un proceso de socialización secundaria en el que, generalmente, nos aislamos de nuestro hogar de origen y convivimos con otros aspirantes a médic@s o compañer@s residentes, otros médic@s, etc, durante un periodo largo e intenso (de 6 a 12 años). Cuando termina este proceso tenemos otro lenguaje, otra forma de ver la vida, de dar significados, de entender el mundo, otros valores…Tanto que casi ningún cónyuge no médic@ quiere ir a cenar con nuestr@s amig@s. 🙂

¿Qué tiene que ver esto con ser o no médic@ de familia? Nuestro lugar de origen, nuestro hogar, es el hospital: estudiamos y nos formamos allí casi todo el tiempo. Pero, además, es allí donde nuestra institución (nuestra forma de entender el mundo y nuestro lenguaje) son predominantes. Cuando caminas por el hospital entiendes lo que otros dicen. En el bar adivinas las conversaciones solo captando palabras sueltas. Te sientes parte de un colectivo, que además tiene un poder innegable. No importa que los internistas y los cirujanos se pongan verdes, son parte de la misma sociedad y se identifican entre ellos.

Pero cuando nos vamos al centro de salud, todo cambia. El lenguaje es de otros (los pacientes), los valores y creencias predominantes son los de otros. Continuamente tenemos que traducir nuestra forma de entender el mundo, y muchas veces sentimos que no nos comprenden, no hablan nuestro idioma. Y, para peor, las posibilidades de tener tiempo de compartir con los compañer@s son escasas. Hasta en el bar se habla otro idioma.

Para hacer una metáfora, me imagino que ir al centro de salud es un tipo de emigración a un país extranjero, con una cultura diferente y un idioma diferente. Aunque aprenda a hablar siempre lo sentiré extraño. Y puede ser que prefiera vivir en un gueto con los de mi propia cultura para no sentirme diferente, para no tener que cuestionarme continuamente mi construcción social de la realidad.

Es solo una percepción, una hipótesis, un momento de locura, si quereis. Pero si esto fuera así, la solución para que apetezca ser médic@ de familia no estaría tanto en tener asignaturas de medicina de familia o rotaciones por atención primaria (que también son importantes) sino en evitar que nuestros estudiantes y residentes se aislen de la realidad social de su entorno. Sería importante que, durante su formación, sigan con los pies en el suelo, que compartan con la comunidad, evitar por todos los medios que la medicina y sus lugares se conviertan en su única referencia. Que mantengan aficiones, etc. En fin, que sean un poco menos médic@s y un poco más personas comunes. Porque si no, no importa que mejoren mucho las condiciones económicas, laborales, etc. Hace falta mucha necesidad o premios muy importantes para emigrar a otra cultura. L@s aventurer@s que no  necesitamos esos incentivos  ya lo hemos hecho (y seguimos siendo poc@s).

Ahí queda.

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