¿Plagio o aprendizaje?

AVISO: este texto no tiene referencias, pero con toda seguridad no es solo mío, nace de lo que soy, y soy muchas lecturas, conversaciones, películas, experiencias y contactos con otros.

Ponerse a escribir, a pintar, a crear se ha convertido en una pesadilla. El tiempo y la energía que se consume en buscar las referencias bibliográficas de cada idea, propuesta, fragmento de intuición es ingente. A veces, ni sabes de dónde o quién aprendiste qué. Y, a medida que aumenta el tiempo entre el momento actual y aquel en que diste tu primer grito, la cosa empeora.

¿Por qué esta obsesión por cada cita? Obsesión que empeora con el avance y uso de las nuevas tecnologías capaces de detectar hasta aquel suspiro tuyo que remeda el que otro exhaló tiempo atrás. A veces me resulta imposible saber si una idea que ronda mi cabeza es mía o la leía, la oí, la intuí en algún momento de mis ya varias décadas de vida y cientos de libros leídos.

Se me ocurre pensar en el elevado nivel de culto a la persona que hemos desarrollado con el tiempo. Ese culto asociado al individualismo grave que impregna nuestra sociedad. Sociedad de “unos” que no necesitan a “otros”, de personas perfectamente aisladas del resto que se “hace a sí mismas sin necesitar a nadie”, que no deben nada a nadie porque solas han llegado a lugar en que presumen de triunfo., el pedestal de la medalla al mérito de uno.

Hubo un tiempo en que las obras de arte no tenían autor. El autor era lo de menos, era un artesano que creaba belleza en el contexto de una obra colectiva. La obra era el premio. O tal vez, simplemente, a nadie le importaba quién lo había hecho. Una parte de mí, crecida en pueblo, sabe que el reconocimiento existía, de sus pares, de sus vecinos, de su entorno, de sí mismo. Nada más había, pero tal vez, nada más se necesitaba. El sabor del saber que habías creado una maravilla. Piénsese en las maravillas de las pinturas de las iglesias románicas, en las paredes de los templos egipcios, llenos de jeroglíficos, en las esculturas del Pórtico de la Gloría (¿se sabe quienes lo hicieron?).

Luego, poco a poco, empezamos a reconocer la existencia de la mano que creaba, que pintaba, que esculpía. A reconocer el cuerpo y el genio de quien poseía esa mano. A venerar su obra. A estudiarla. A analizarla. A examinarla. Incluso hay que la roba para tenerla para su exclusivo deleite.

Pero, en el temporal de la individualidad que nos aísla aunque sigamos asignándonos sociedad y cultura, hemos alcanzado cotas insospechadas e inimaginadas. ¡Se te ocurra poner en un artículo, en un libro, en un blog, en un texto, una frase, idea, intuición, alguna vez expresada y recogida por otro, la hayas leído tú o no! Te acusarán de plagio, copia, irreverencia…se retirarán tus textos, te atacarán tus enemigos.

No se me ocurre ninguna posibilidad de crear, hablar, pensar, reflexionar, escribir, pintar, esculpir, diseñar, programar, etc. sin apoyarte en lo que otros hicieron antes que tú. Algunas ideas serán más explícitas, fácilmente recordables y recuperables, pero simplemente tu modo de ver la vida ya está determinado por los múltiples contactos con la cultura, el arte, las ideas y las experiencias de cientos otros que, con suerte, han tocado tu vida, tus ojos y tu mente.

Escribo sintiéndome culpable de no poder decir de quien y dónde he sacado las ideas que me han llevado a pensar y reflexionar de esta manera. Pero, buscar referencias para justificar cada párrafo de esta introducción al pensar, es una tarea tan ingente que terminaría con acabar con mi escritura. Y, sobre todo, con el placer de escribir para pensar, de aprender con las palabras y de compartirlas por si alguien algún día las considera útiles para hilar su propia reflexión.

Discúlpeme los que me han enseñado.

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