Hace ya más de un mes que me incorporé a mi destino definitivo en el SNS, muchos trienios después de mi primer día de trabajo como médica. El destino (la OPE, quiero decir) me ha llevado (voluntariamente) a un lugar al que, no hace mucho, juraba que nunca iría a trabajar. A mi pueblo.
Desde que terminé la especialidad de medicina de familia he trabajado en muchos y variados lugares, pero el camino me ha ido moviendo desde lo urbano a, finalmente, lo genuinamente rural. Y mi vida personal y familiar me han llevado a elegir trabajar en el lugar en el que he vivido la mayor parte de mi vida, mi pueblo.
Ser médico de pueblo tiene algunas importantes diferencias con ser médico de ciudad. Están los recursos disponibles y el tiempo en acceder a ellos. Está el perfil de la población e incluso su nivel socioeconómico y educativo. Está la filosofía de vida. Y están, o mejor no están, los compañeros para compartir las peripecias de cada día. Aquí estás solo o casi solo, con la enfermera que comparte el cuidado de los pacientes y una unidad pediátrica que solo viene un par de días a la semana. Ah, también está la compañera de administración, apoyo fundamental en el día a día. Y, en espejo, los varones del equipo, médico y enfermero, que cubren el horario contrario.
Mi cupo se ha reducido sustancialmente respecto al previo, pero se ha vuelto más complejo. Las consultas de entrar y salir, casi sin tiempo a sentarse, han terminado. Cada paciente es un complejo entramado de enfermedades crónicas y/o situaciones sociales y familiares y/o polifarmacia, que absorben mi energía, haciéndome olvidar todo aquello de la necesaria gestión del tiempo. Las historias surgen espontáneamente y la necesidad de estar en modo escucha es mayor.
Ser médica de tu pueblo tiene, además, otras complicaciones. Podría estratificar a los pacientes en cuatro grupos: los que conocieron a mis abuelos, los que conocen a mis padres, los que me conocen a mí y los hijos de mis conocidos. También los hay desconocidos, pero son los menos. Pocos pacientes entran en mi consulta sin haber entrado un poco en mi vida anteriormente. Tus prejuicios, tus recelos, los chismes tan propios de los pueblos, todo pesa en la relación casi antes de comenzarla.
Esta situación me ha llevado a plantearme un nuevo programa de autoformación, que espero poder compartir con mis futuros residentes en rotación rural:
- En primer lugar, y el más importante, es el debate sobre si el médico debe o no debe residir en el pueblo o en el barrio en el que trabaja. Recuerdo que este debate estaba abierto cuando terminé la especialidad. Era de esas cosas que se discutían en los congresos y reuniones de médicos de familia, antes de que el riesgo cardiovascular fagocitara toda reflexión ajena a sus tablas de riesgo.
- En segundo lugar, el pueblo es un espacio-tiempo privilegiado para reflexionar sobre la confidencialidad en la consulta. La confidencialidad que no es solo secreto hacia los otros, sino incluso la necesidad de compartimentalizar el nuevo conocimiento que adquieres de las personas con las que compartes comunidad. ¿Como conjugar lo nuevo que conoces y mantener las viejas relaciones como si no lo conocieras?
- En tercer lugar, la necesaria reflexión sobre la conciliación familiar y laboral. ¿Hasta donde permites que te reconozcan como médica fuera de tu horario laboral? ¿Dónde dejas de ser la médica para ser la hija de…, la madre de…, la esposa de… o simplemente tú? ¿Cómo conseguir que al verte sentada con la banda de música, no vean a la doctora, sino a la trompista? Y, más importante, ¿es necesario hacerlo?
La medicina rural nada en un mar de mitos. A los habituales de la medicina de familia, la gran desconocida entre estudiantes y médicos, se suman los mitos que los propios médicos de familia extienden a lo largo y ancho de los grupos profesionales y que añaden barreras a las derivadas de la lejanía de las plazas rurales. Ese es otro trabajo a hacer. En el fondo no deja de ser una reflexión sobre la pregunta ¿se puede desarrollar uno profesionalmente si solo es médico rural? En un mundo ambicioso de prestigio y reconocimiento, no deja de ser una cuestión fundamental.
Y seguro que irán surgiendo nuevos temas para reflexionar.
Por el momento invito a cualquier lector a participar. Intentaré, poco a poco, desarrollar cada uno de estos temas, dando la oportunidad a quien quiera aportar experiencias y conocimiento sobre el tema.