Leyendo tras las líneas

Hace unos días he terminado el libro de Daniel Cassany Tras las líneas, sobre la lectura contemporánea. Como otros libro suyos que ya había leído hace unos años, La cocina de la escritura, ha resultado muy ameno. De esos libros que deseas seguir leyendo a ver que te cuentan, sin que se trate de saber quién es el asesino.

Tras la líneasTras las líneas, de Daniel Cassany nos cuenta algo que, en nuestro subconsciente, casi todos sabemos, pero que no acabamos de hacer consciente en nuestra relación diaria con los textos. Se trata de tener presente, en todo momento, que no hay textos asépticos, objetivos, libres de ideología o no interpretables. Todo texto (y aquí me atrevo a incluir los orales, que no son objeto dle libro), está inmerso en una cultura, en un tiempo y en un momento (un contexo). Y por eso, su interpretación, su significado, está modulado. Necesitamos acercarnos a ellos con espíritu crítico.

Cuando leemos, interpretamos del mismo modo que un músico interpreta la partitura. Nunca suena igual la misma partitura tocada por diferentes músicos. Hay matices, momentos de mayor expresividad, de más intensidad emocional, que varían. Lo mismo nos ocurre con los textos. La interpretación depende de muchos factores. Uno de los factores es el lector: las ideologías, creencias y conocimientos previos del lector influyen en la interpretación que hacemos de un texto. Pensad en la diferencia que puede hacer en la interpretación de un artículo periodístico sobre medicina si el lector es un médico o un paciente. El otro factor es la sociedad: los textos se interpretan de diferente manera en función de la cultura, el grupo social, etc. De esto trata la sociolingüísitica.

Cassany nos recuerda que no basta con entender los signos (las letras o las palabras) sino que es necesario entender desde la sociedad y la cultura en que estamos inmersos nosotros y el autor del texto. Mucho más complejo, mucho menos objetivo. Los textos son, en el mejor de los casos, interpretados desde la intersubjetividad.

¿En qué nos deja eso? Pensemos en la narración oral que nos presenta un paciente. Por poca diferencia que haya entre el médico y el paciente, parten de dos culturas diferentes (al fin y al cabo nos resocializamos  en la «sociedad médica»), por lo que corremos el riesgo de malinterpretar desastrosamente su relato. Hay mucho que poner en juego.

Cassany no nos abandona. No invita a ser muy críticos (hasta con su libro en el que incluye, a propósito, errores que debemos localizar). Nos da pistas sobre cómo acercarnos de manera crítica a un texto, como leer en internet y cómo leer la ciencia (que no está libre del «pecado» de la ideología y los intereses particulares).

En la Facultad de Medicina me pasé muchas horas mirando por un microscopio (en los primeros años) y es una habilidad que no he vuelto a utilizar en la vida (salvo para enseñar a mi sobrina a usar su microscopio de juguete). Tal vez, una asignatura de lectura crítica en las facultades de medicina nos daría las habilidades y el hábito de hacer esto. Al fin y al cabo, interpretar textos (la mayoría orales) es la base de nuestra profesión. O ¿no se trata de permitirnos aprender las habilidades que supondrán una ventaja para nuestros pacientes?

 

Publicidad: cuando la salud es el tema principal.

Las vacaciones han supuesto un tiempo de desconexión, mental y física, del día a día, incluyendo este blog. Ahora toca volver y aprovechar el tiempo prestado a la reflexión. Tras varias semanas evitando conectarme he descubierto que he llegado a las 1000 vistas. Aunque nunca me plantée tener lectores fijos, reconozco que tengo, como todo el que expone sus ideas públicamente, el deseo de ser escuchada. Y me siento satisfecha y animada para continuar con este proyecto.

Estas vacaciones, sin viajes ni actividades especiales, me han permitido ver televisión, o al menos, tenerla encendida mientras hacia otras cosas en casa. Y me ha sorprendido, esta vez desagradablemente, la cantidad de anuncios que usan el reclamo de la salud. Alimentos que se presentan como medicamentos, medicamentos (o productos sanitarios) que se presentan como la solución a todos los problemas, etc. Me refiero a las campañas contra el colesterol con lácteos y margarinas, las campañas contra la osteoporosis con yogures, los ánimos a consultar por la eyaculación precoz, los botitos de alimentos para evitar tener que hacer de comer o que el peque/la peque se ponga de bronca en el almuerzo, los calienta-espaldas, etc., etc., etc. sin olvidar el famoso refuerza-defensas. Me pregunto cuántos de estos anuncios son vistos por mis pacientes. Y cómo, poco a poco, entra en su conciencia una angustia vital por la cantidad de problemas de salud que les acechan y la necesidad de luchar contra ellos,  y cómo se angustian ante la necesidad de dedicar a la alimentación más dinero, para comprar productos más caros, que prometen la vida eterna, o al menos la eterna vida sana. Continuar leyendo «Publicidad: cuando la salud es el tema principal.»

Jornadas de Medicina Narrativa: Arthur Frank. Conferencia de clausura

Esta es una entrada antigua, de las que dejé en borrador y nunca había revisado. Es un breve comentario sobre la Conferencia de Clausura del Congreso de Medicina Narrativa del año pasado. Pero es posible que a algunso lectores les interese poner otro autor en su lista.

La conferencia de clausura del congreso fue sencillamente impresionante. No por los medios, sino por la capacidad del conferenciante para llegar a todos.

Soy fácilmente impresionable, lo reconozco, y desde mi más tierna infancia, los escritores me han parecido seres fantásticos porque eran capaces de entregarme esas historias llenas de personajes, paisajes, aventuras en las que yo me sumergía y de las que me volvía parte. Ya de mayor me sigue impresionante conocer en persona, in-corporar (meter en un cuerpo) como dirían los científicos sociales, a los escritores de los libros profesionales, esos que tanto me aportan. Así que, aún estando saturada de ellos (creo que he estado compartiendo la misma sala que la mayoría de los autores de los libros que llenan mi estante de medicina narrativa) es un placer escuchar directamente a Arthur Frank. Más aún cuando mi libro de lectura para el viaje ha sido su «The wounded storyteller: body, illness and ethics«.

Reconozco que no tomé muchas notas. Para quienes quieran conocer mejor las aportaciones de Frank les recomiendo leer directamente sus libros, seguro que serán más completos que lo que yo pueda decir. Pero quiero dejar aquí un par de ideas que nos transmitió:

las historias cuidan a la gente: con las historias nos damos coraje, valentía para afrontar los momentos en que nuestra propia historia se rompe, como ocurre con la enfermedad. Para ilustrarlo nos contó la anécdota de un niño ingresado en un hospital que se transforma a sí mismo en superhéroe para poder afrontar la situación.

no somos nosotros quienes creamos la historias, las historias nos crean a nosotros. Cuando construimos nuestro ser lo hacemos a partir de historias, de narraciones de nosotros mismos, pero esas narraciones se construyen mediante la selección de fragmentos e interpretaciones de la vida, que escogemos voluntaria o involuntariamente. Así que nos construimos tal y como somos mediante las historias.

Así que aprender a trabajar con historias es una competencia básica para cualquiera que quiera ser profesional de la salud, puesto que al fin y al cabo, la enfermedad es aquello que Aristóteles llamó peripecia en su Poética, el momento en que nuestro héroe pasa de la dicha al infortunio.

Gracias por escuchar

Cuando empiezas la carrera de Medicina, incluso cuando avanzas por ella y cuando terminas y empiezas tu etapa profesional como residente, sueles pensar que el momento más emocionante como médica será aquel en que un paciente te agradezaca haberle salvado la vida. Porque en esa juventud profesional todavía piensas, crees (o te engañas pensando) que los médicos salvamos vidas. Y si eso es lo más grande que la sociedad puede conceder, el poder sobre la vida y la muerte, que antes solo tenían los dioses, cómo no van los pacientes a agradecernos cuando los rescatamos de las garras de la de la guadaña.

Pero creces y descubres que como mucho podrás alargar algunas vidas, pero salvar de la muerte…eso…es otra cuestión. Y entonces puede que tu profesión, tan admirada, pierda su mayor glamour y empieces a pensar que, total, todo es casi burocracia. Aterrizas, con mayor o menor acierto, en la humildad de saber que no puedes hacer demasiadas cosas, que no tienes los grandes poderes que algunos profesores ensalzaban en sus clases. Que como mucho alargas la vida de algunos y en el mejor de los casos mejoras la calidad de la vida de muchos.

Entonces, si tienes suerte, tienes la experiencia que yo he tenido esta semana en la consulta. Experiencia que rellena tus baterias y te hace amar esta profesión, que aleja cualquier arrepentimiento (como el de podía haberme puesto en la cola de matrícula de los de matemáticas, que no tienen tantos dilemas éticos). Y la experiencia es muy simple, y muy compleja a la vez. Es el momento en que una paciente te dice «gracias por escucharme, ahora estoy mejor». No has hecho nada (tangible al menos), no has curado sus múltiples achaques (porque no puedes), no le has dado un boleto de lotería ganador (ni lo tienes) ni un trabajo, ni has alejado a su marido alcohólico, ni has cubierto su soledad diaria, no has arreglado nada de su vida…ni siquiera has cambiado su medicación, solo has dejado el teclado, has puesto las manos en la mesa, has mirado y has puesto tu ser en escuchar la historia de una mujer. Son las palabras de agradecimiento más profundas que he recibido nunca, y no he hecho nada ¿o sí?

Gracias a los pacientes por hacerme mejor médica cada día. Gracias a los lectores por estimularme a escribir.

Ser uno o ser dos, ¿es esa la cuestión?

Wikisanidad y su #Carnavalsalud han propuesto para este mes un tema complejo: Marca personal, marca profesional, ¿juntas o separadas?. Esta es mi primera participación en este proyecto, Wikisandiad, del que tuve conocimiento hace algunos meses, y el tema resulta de mucho interés para alguien, como yo, que ha empezado su andadura virtual hace menos de un año, y que sigue llena de muchas dudas.

soytwitterEn el fondo, la pregunta no es diferente de la que dominaba el debate en mis primeros años de andadura por la medicina de familia: ¿debe un/a médic@ de familia convivir en el mismo entorno que sus pacientes o es recomendable vivir en un lugar diferente a aquel en el que trabajamos? Es decir, ¿nos importa que nuestros pacientes conozcan la parte pública de nuestra vida personal? Reconozco que no me atrae demasiado encontrarme continuamente a mis pacientes en el supermercado, la farmacia, el bar de la esquina, etc. pero las circunstancias me han llevado a un punto intermedio entre la convivencia total y el encuentro frecuente, y me voy acostumbrando. La cuestión en las redes sociales es similar: ¿debo dejar que mis pacientes/contactos profesionales conozcan mi vida personal/extraprofesional? Y no hablo en ningún caso de lo que considero privado (esas son privadas, ni en las redes ni en la comunidad).
Hay dos temas en este asunto, y en la pregunta planteada, que me han obligado a reflexionar a lo largo de estos días: la cuestión de la identidad y los significados que, casi sin querer, nos transmiten las palabras que utilizamos (alguien lo ha llamado las metáforas con las que hablamos). Gracias a la bibliografía que nos han dejado los organizadores y a la interesante lectura de los blogs de otros compañeros, me han surgido muchas reflexiones.
La cuestión de la identidad es un tema recurrente de la filosofía. No en vano la pregunta ¿quién soy? forma parte de las preguntas básicas del ser humano. En este tema de si debemos tener una identidad virtual personal y una identidad virtual profesional diferentes hay mucho de ese debate de siglos. No voy a relatar las diferentes respuestas que los filósofos han ido dando a la cuestión, baste con saber que, en el mundo contemporáneo, no sólo filósofos, sino también sociólogos y pensadores (en el amplio sentido del término) han intentado aclarar el tema. Como recomendación me quedaría con la lectura de Zygmunt Bauman (Identidad). Parece claro que la construcción de la identidad individual es una tarea que no se realiza sólo de manera individual, sino que está fuertemente condicionada por la sociedad en la que vivimos. Pero es una tarea que nos ocupa toda la vida, es decir, no hay una identidad terminada y luego vivimos de ella, sino que se trata de una idea en permanente revisión y construcción. Un trabajo para toda la vida (de esos que no abundan en estos tiempos).
La cuestión de la identidad virtual adquiere otro matiz. Se trata no tanto de construir la propia identidad, como de construir una identidad aparente a los demás, o dos, o más, según escojamos. Se me antoja demasiado caro, en términos de energía vital, tener que trabajar en mi identidad real y luego tener que mantener identidades aparentes diferentes en diferentes contextos, e intentando evitar que cada persona solo tenga acceso a aquella «identidad» que me interesa dejarle conocer. ¡Qué lío!
Además, no me parece posible separar la identidad personal y la profesional porque simplemente una y otra se imbrican tanto en mi persona que uno no es profesional por un lado y persona individual por otro. Cada aspecto de la vida contribuye a nuestra propia identidad, y se funden de modo imposible de separar. Soy lo que soy 24 horas al día, aunque en cada momento me dedique a tareas algo diferentes, al fin y al cabo, lo de médica no es algo de lo que  trabajo, sino algo que soy.
La segunda cuestión, la de las metáforas, nace de las palabras utilizadas en el tema escogido: ¿MARCA?. El término me remite al mundo comercial. Una marca es, según la RAE, la señal hecha en una persona, animal o cosa, para distinguirla de otra, o denotar calidad o pertenencia. Marca es lo que distingue a un producto comercial. Y el término, utilizado para designar nuestra presencia en internet, denota cierto carácter de cosificación, de conversión en producto. Y reconozco que me asusta un poco. Si me considero a mí misma un producto y fabrico mi imagen en función de los objetivos de ese producto, ¿dónde va quedando mi propia persona, mi identidad? Tal vez, lo que realmente quiero tener es una sola identidad y varios productos: blog profesional, tal vez uno personal, uno sobre alguna afición, un twitter personal, otro profesional, el facebook, instagram, linkedin, etc. en fin…el mundo virtual no se acaba en una sola entidad. Pero tendré aquellos que mis recursos me permitan, principalmente mi tiempo, y en los que encuentre un retorno adecuado (todo esto para seguir en la metáfora del comercio). Pero todos pertenecerán a mi misma identidad y no podré aislarlos. Así yo seré «yo» y lo demás serán productos. Pero yo no seré un producto.

Además todos se empeñan en darnos consejos sobre como actuar en internet. Curiosa costumbre que me recuerda al libro de buenos modales que usaba mi abuela en la escuela. En el fondo es lo mismo. Tal vez el problema se resolvería si parte del tiempo que dedicamos en la facultad a memorizar clasificaciones anatomopatológicas las dedicáramos a reflexionar sobre nuestro ser profesional, sobre las implicaciones que tiene elegir esta profesión de médico y las responsabilidades sociales que adquirimos. Me ha resultado muy interesante el artículo de DeCamp en JAMA. Lo que sí tengo claro es que no pueden existir guías de comportamiento para todas las posibles situaciones individuales. Es mejor enseñar a pensar que dar instrucciones mecánicas de acción.
En conclusión, sólo tengo una identidad (y mi trabajo me cuesta) y en internet mostraré aquellos aspectos de mi identidad que considero que puedo hacer públicos. Y expreso mis opiniones sabiendo que habrá quien las comparta y quien no, pero sin avergonzarme de ellas (el primer paso es reconocerme a mí misma como soy y no avergonzarme de ello). Soy profesional y persona a la vez y una no se entiende sin la otra. Y soy muy celosa de mi intimidad, así que me cuidaré de mostrar aquellas cosas que creo que deben quedar para mis allegados. No puedo hablar demasiado de twitter (uso poco mi cuenta y casi solo para el blog y para recibir información), ni de Facebook (mi cuenta está en situación de abandono, no acaba de convencerme) pero está reflexión me ayudara a seguir construyendo mi identidad digital.

El peligro de simplificar: ciencia, caos, vino, depresión.

Hace dos semanas una noticia llamó mi atención: beber vino protege de la depresión.

Copas de vinoComo buena curiosa, he buscado el artículo original en el que se fundamenta tan gratificante noticia. Se trata de un análisis particular de datos del estudio Predimed, una amplia cohorte de personas seguidas durante 7 años para analizar el efecto de seguir una dieta mediterránea complementada o no con nueces o aceite de oliva en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares. Pero, como todo estudio de cohortes, su complejidad y coste es lo suficientemente alto como para medir, de forma concomitante, toda otra serie de datos que puedan conducir a más información. En este caso, lo que se mide es la incidencia de depresión en personas previamente sin ella, agrupándolas en función de su consumo de alcohol. Ya advierten que las personas con consumos excesivos habían sido excluidas del estudio previamente. Se hace un análisis estadístico (que no alcanzo a comprender del todo, por mis limitaciones en ese campo) que ajusta por una serie de factores que podrían ser de confusión, como el sexo, el hecho de estar casado, el nivel de estudios, la actividad física y otros, y llega a la conclusión de que el consumo moderado de vino puede ser un factor protector frente al desarrollo de depresión.

Como elementos negativos me llama la atención el modo de «etiquetar» a las personas como «depresivas»: la toma de antidepresivos, el diagnóstico del médico o que lo refiera el paciente. Teniendo en cuenta el modo tan ligero con el que usamos la etiqueta depresión en las consultas (me aplica el «mea culpa») no tengo claro cuántos de esos diagnósticos serán realmente depresiones y cuántos corresponderan a «malos momentos vitales» (lo que se venía en llamar «problemas adaptativos»). Y también el perfil de las personas incluídas en cada grupo, es decir, el consumo de alcohol/vino varía en función de determinadas características, como el sexo, la educación, etc. que podrían también ser importantes (aunque se ajuste el modelo con la estadística).

Pero lo realmente importante para mí es el modo en que reducimos los problemas a una solución simple. Beber un vaso de vino protege de la depresión, ergo, beba usted un vaso de vino al día para evitar la depresión, parecen decir las noticias del periódico. Es tan sencillo, ¿verdad? Este es el compendio de la ciencia positivista: reducir los problemas a sus componentes y encontrar una solución universal simple a las preguntas científicas, de modo objetivo, sin la perversión de los subjetivismos individuales, siempre verdaderos. Si A, entonces B.

Pero la cuestión me parece mucho más compleja. Pensemos en las personas con depresión que atendemos en las consultas. Rara vez se trata de perfectos «ejemplares  fisiopatológicos» en los que solo se detecta un problema de neurotransmisores. La mayor parte de los pacientes depresivos que conozco y atiendo son personas muy complejas, con vidas muy complejas, con aprendizajes vitales diferentes, muchos con problemas vitales (familias, trabajos, autopercepción del yo propio, autovaloración como personas, esperanza en el futuro, acontecimientos vitales estresantes, etc.) mucho más complejos cualitativamente que su nivel educativo, su sexo, su estado marital, su ingesta calórica y otras variables cuantificables. Son historias únicas que no pueden ser reducidas a un postulado científico positivista. A una única respuesta de intervención preventiva.

Desde la percepción subjetiva de la vida diaria me pregunto si las personas que toman una copa de vino al día en las comidas no tienen también una forma diferente de mirar la vida, de afrontar los problemas, de disfrutar de los pequeños placeres que nos proporciona cada día. Y si eso fuera así, el consumo de vino no sería más que un factor de confusión, del mismo modo que las personas con ropa cara probablemente enfermarán menos (no por la ropa cara, sino porque el nivel económico influye en la probabilidad de enfermar).

Imagen fractal. URL: http://sprott.physics.wisc.edu/fractals.htm
Imagen fractal. URL: http://sprott.physics.wisc.edu/fractals.htm

 

Cada vez me atraen más los postulados de las Teorías del Caos, que intentan mostrarnos la complejidad del mundo, y la imposibilidad de reducirlo a enunciados simples. E incluso hay artículos que intentan aplicarlos a la medicina.

Medicina de Familia…y sin embargo te quiero

La mayor parte de las veces que leo a algún/a médic@ de familia hablando de su trabajo, el discurso se centra en la parte más negativa de nuestro trabajo, en lo que no conseguimos, en la presión asistencial, en la “maldad” de los gestores, en la improcedencia de las consultas urgentes, en la cantidad de burocracia, etc. De esta manera, la metanarrativa (la narrativa general que se extiende entre todos) es la de la “i love medicina de familiamala vida” de l@s médic@s de familia. ¿Alguien, en su sano juicio, querría formar parte de esta historia?
Hoy, un miembro del grupo administrativo de mi centro de salud me ha dicho que entiende l@s médic@s estemos un poco hartos de todo, cansados de esta manera de trabajar, de no ser «médic@s». Y entonces me he dado cuenta que mentiría si hubiera asentido. Yo no estoy harta de mi trabajo, es más, disfruto haciéndolo.
Es cierto que son más los días de 40 que de 30 pacientes, más los días con 6 horas de consulta que con 4; que hay pacientes que mal-utilizan las citas urgentes, y que hay consultas puramente burocráticas ( y que hay días en los que hubiera preferido no levantarme de la cama :)). Pero no puedo decir, en ningún caso, que me aburra. Abundan los casos interesantes desde el más estricto punto de vista médico ortodoxo, es decir, necesidad de hacer anamnesis, exploración, planteamientos diagnósticos y terapéuticos. Y abundan mucho más los casos que piden, casi a gritos, un planteamiento de medicina humana, de escucha, comprensión y acompañamiento. Y no siempre consigo estar a la altura de lo exigido en unos y en otros. La necesidad de aprender y estudiar continuamente es un acicate para mantener el interés en la profesión.
¡Qué decir de la burocracia! Son muchos los papeles inútiles realizados, pero… muchos pacientes sin controles de ningún tipo en sus enfermedades crónicas pueden ser re-enganchados al acudir a “repetir” (pocos dejan de hacer las recetas), adolescentes/jóvenes que acuden al “inútil” certificado médico para la matrícula caen en las redes del consejo anticonceptivo, la solicitud de transporte sanitario se convierte en una pequeña charla sobre las dificultades del cuidado… el problema no está en la actividad sino en lo que pensamos y hacemos con ese momento, con ese pequeño encuentro.
No todo es bueno al 100% pero tampoco es, como algunos parecen transmitir, malo al 100%. Lo cierto es que no me imagino ninguna profesión que sea 100% perfecta, en la que todo sea emoción, reto intelectual, sin decepciones y algunas rutinas. Tampoco ningún trabajo, por cuenta propia o ajena, en la que no haya roces con los jefes o las administraciones públicas, los clientes, etc. Pero yo no cambiaría de profesión, y conozco a pocos, incluso los que solo cuentan “malas aventuras” que deseen hacerlo.
Así que creo que tenemos que cambiar nuestra narrativa. En primer lugar, por nosotros mismos. Nos repetimos tanto que esto está mal, que no importa ya como esté, en nuestra imagen mental todo será evaluado con la premisa de que estará mal. En segundo lugar, por nuestros pacientes (y por nosotros mismos, de rebote), si continuamente oyen lo que no podemos hacer, nunca se creerán todo lo que sí podemos hacer por ellos. Y, en tercer lugar, por l@s futur@s médic@s de familia: si los estudiantes solo oyen desventuras, ¿quién querrá continuar con nuestra aventura?
Lo importante en nuestras historias personales y colectivas no son los hechos, sino los significados que asignamos a esos hechos. Es hora de empezar a cambiar los significados de los hechos de la atención primaria española. Es hora de hacerla deseable para todos, de crear envidia… al fin y al cabo la envidia es la principal “virtud” que se nos asigna a los españoles.

Y todo esto sin dejar de luchar por la mejora de la Atención Primaria…todo un reto.

¿Para cuando la versión española de Family Medicine Revolution?

Corteses pero no curiosos: la ausencia de cuidado «existencial».

Ha llegado a mis manos un artículo que es, cuando menos, intrigante. Publicado en el Journal of Medical Ethics en mayo de 2011, presenta un estudio cualitativo realizado con médicos noruegos: «Courteous but not curious: how doctors’ politeness masks their existencial neglect. A qualitative study of video recorded patien consultations«. Realmente no hay motivos para pensar que lo que encuentran en su estudio no sea también una realidad en nuestro medio: l@s médic@s somos corteses, bien educados, con los pacientes, pero olvidamos u obviamos todo lo referente a la vida existencial de los pacientes, a sus preocupaciones más profundas.

 

Esto no parece un problema de mala práctica, sino que está profundamente arraigado en el modo en que entendemos y practicamos la medicina. En cierta medida lo que hacemos es «objetivar» a los pacientes, esto es, convertirlos en objetos de materia médica. Los tratamos de modo correcto y educado, pero obviamos que son «sujetos». En el estudio los profesionales no eran capaces de aprovechar los avisos de los pacientes sobre su necesidad para entrar en la esfera más íntima, subjetiva, la dimensión existencial de su vida, en cuanto al impacto que la enfermedad tenía.  Todos los intentos del paciente por presentar esta faceta de su vida terminaban con una eficaz redirección del profesional a la cuestión estrictamente médica. Continuar leyendo «Corteses pero no curiosos: la ausencia de cuidado «existencial».»

Humildad narrativa

«Humildad: virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento» (RAE)

Foto de Josu González
Foto de Josu González

Uno de los conceptos que aparece ampliamente en los textos sobre medicina narrativa es el de humildad, humildad clínica, humildad narrativa. Es decir, la virtud de aceptar nuestras limitaciones al acercarnos a las historias de los pacientes. No podemos aprehender toda la historia, solo lo que el paciente nos refiere modulado por nuestras propias percepciones y creencias, es lo que va dando forma a una historia. La humildad nos obliga a reconocer que la historia que nosotros significamos puede no ser la historia real del paciente.

¿Por qué sacar este tema? Continuar leyendo «Humildad narrativa»

Escuchar, escuchar, escuchar…para ser médic@

En las últimas semanas varios pacientes se han despedido de la consulta con una frase impactante, al menos para mí, «gracias por escucharme». En mi frustación por no poder ofrecer nada, es decir, no poder dar tratamientos contra el paro, los problemas familiares, la cuasi explotación laboral, la deseperanza, al fin y al cabo, no había caído en la cuenta de que todavía podía ofrecer «la escucha» y que ese es un recurso terapéutico que muchos pacientes (y desgraciadamente también muchos médic@s) creen que no está incuido en la cartera de servicios del SNS.

Así que, en relación con la entrada sobre lo que la música aporta a la medicina, hoy voy a divagar sobre la escucha. En música, escuchar no es un añadido. Si no pones las orejas y todos los sentidos, no puedes nunca afinar y tocar correctamente. Todo tu ser tiene que estar concentrado en lo que haces. No basta con leer la partitura, hay que entregarse a ella. Y escuchar es el requisito básico. Escuchas tu instrumento, si la nota que sale tiene el tono, el timbre y la fuerza requerida en la partitura. Pero también escuchas a los demás, para que la afinación sea perfecta tienes que ajustar el sonido, así todo suena perfectamente armonizado. Pero todo comienza en las orejas, escuchar, continua en el cerebro, pensar, sigue en las manos, actuar.

No es dificil entrar en Pubmed y buscar con el término «listening». Aunque la mayoría de lo que aparece tiene relación con el órgano de la audición y sus enfermedades, también se pueden encontrar pequeñas perlas que hablan de la importancia del acto de «escuchar». Por ejemplo, Jagosh et al, nos presentan un estudio cualitativo sobre La importancia de la escucha del médico desde la perspectiva de los pacientes: mejorando el diagnóstico, la curación y la relación médico-paciente. Continuar leyendo «Escuchar, escuchar, escuchar…para ser médic@»

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