Hoy me ha llamado la atención un titular, marginal, de la edición electrónica del periódico El País: «Sensores que indican al médico si el paciente cumple las prescripciones«, que nos lleva a un artículo titulado: «Tecnología para la salud».Resulta un ejercicio interesante analizar las ideas que suybacen entre líneas en relación con la salud y otras cosas de la realidad sanitaria.
El artículo forma parte de la cobertura informativa de una feria tecnológica de alcance internacional, el CES 2014, que se celebra en Las Vegas. Al parecer allí se reúnen para decidir que cacharros electrónicos vamos a comprar a lo largo del año siguiente (y más). Y, por supuesto, aparte de teléfonos, drones, gafas 3D, coches fantásticos, la salud ocupa un lugar central. O mejor podrías decir , la tecnología para la salud. Y hoy toca hablar de las tendencias electrónicas en salud.
O mejor, de las tendencias tecnológicas de pequeño alcance. ¿Por qué de pequeño alcance? Ya sabemos que la medicina del siglo XXI, heredera digna de finales del siglo XX, está tecnologizada hasta puntos impensables hace 50 años. No hay paciente que llegue a un hospital que no reciba su TAC; su RMN, su analítica de marcadores de última generación, etc. etc. De hecho, uno de las críticas que se hacen a la medicina actual es la forma en que la tecnología sustituye o, más bien, relega, al aspecto humano de la práctica. Y muchos profesionales van decantándose a una práctica más centrada en lo humanístico.
Sin embargo, la industria tecnológica parece haber descubierto un filón en la «industria de la salud». Así que volvamos al artículo. La idea de salud que sustenta al artículo parece ser la de la salud definida en términos numéricos (la objetivización absoluta de la salud). Para saber si estamos sanos tenemos que tener acceso a los datos de nuestras constantes vitales. El summum del programa de salud infantil: «un aparatito de apenas 20 euros destinado a los niños y que permite monitorizar sus constantes vitales«. Y, por supuesto, las aseguradoras quieren tener disponibles estos aparatos porque «los complementos para la salud son una necesidad«
Ahora, lo que primero me llamó la atención fueron «los sensores para pastilleros y frigoríficos que chivan al médico (y al seguro) si su paciente cumple las prescripciones o come a las horas debidas». Cumplen perfectamente con las exigencias de los dres. House de nuestra época. Si el paciente miente, hacen falta aparatitos que nos den la información exacta sin la participación del paciente.
Por supuesto, el cierre del artículo no tiene desperdicio. Las declaraciones de uno de los responsables de estas empresas: «Estamos pasando de una sociedad centrada en el médico a otra centrada en el paciente» y «Estamos tratando de darle a la gente el control de su salud». Vamos a ver:
– Si les damos a los pacientes aparatitos para que sus constantes y su consumo de medicamentos y comida lleguen directamente a los médicos, no les estamos dando control, les estamos quitando el control. Estamos haciendo una medicina centrada en el médico, que puede confirmar que se siguen sus indicaciones al pie de la letra. La autonomía del paciente a la basura. Creo que el paciente tiene el derecho a decidir si se toma o no la medicación, a comer lo que le dé la gana, a hacer el ejercicio que quiera. Y además debe tener la oportunidad de decirle a su médico la verdad sobre sus elecciones sin esperar una bronca, un rechazo de asignación, el lanzamiento de una maldición, o las amenazas de una muerte terrible. Pero, la mayoría nos mienten por el mismo motivo que mentiríamos a un juez: a nadie le gusta que le juzguen.
– Si la salud depende de los valores que muestren estos aparatitos, terminamos por quitarle el control de su salud a cada persona. Ya no podrá decir «yo estoy sano» o «yo me siento sano» si un cacharro no lo confirma. La objetivización de la definición de salud, elimina el poder del individuo, pues lo objetivo se sitúa necesariamente fuera de las personas, es ajeno, es externo y no puede ser modificado por las ideas individuales de cada persona. La pérdida absoluta del control de la propia salud. Por supuesto, los médicos obtenemos un poder accesorio: quienes decimos que números entran en lo saludable somos, por el momento, nosotros. Y a nadie amarga un dulce, en este caso, la obtención de poder.
Así que la declaración se niega a sí misma: dar el control de la salud no pasa por dar aparatos medidores, sino el poder de decidir por uno mismo si se siente sano o no. Dar poder al paciente no pasa por darle aparatos medidores, sino por darle la suficiente información, formación y capacidad para tomar sus decisiones y asumirlas.
Me inclino por lo subjetivo. Por evitar que mis pacientes diabéticos sin insulina se estén midiendo la glucemia diariamente para saber si han comido bien o no, por evitar que mis pacientes hipertensos se tomen la TA cada vez que les duele la cabeza o se cogen un cabreo, por evitar que jóvenes sanos se hagan una analítica anual para «saber si están bien», etc. etc. ¡Son tantas las intervenciones inefectivas que tienen como efecto secundario la pérdida del control sobre la propia salud! En fin, es un buen propósito para el nuevo año no comprar ni regalar ni invitar a comprar ninguno de estos gadgets.