Estoy sentada en la cantina de uno de esos campos de fútbol base que recorro fin de semana tras fin de semana en la mal-valorada tarea de ser chófer-animadora-pañuelo-madre de dos críos que juegan al fútbol en diferentes categorías. Intentando relajarme ante un café, llega a mis oídos los ecos de las conversaciones de las mesas vecinas.
Aún los árbitros no han empezado a trabajarse el ser centro de todos los intercambios de palabras, sean monólogos, diálogos o exabruptos. Así que el tema que más se oye es…🥁🥁🥁🥁🥁🥁🥁: la enfermedad, el malestar, ese médico/a, esa prueba nueva, que si las citas de mi privado ya no son lo que eran, y de la pública ni hablemos.

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Me contaban mis residentes que es lo habitual. En cualquier terraza, restaurante, cualquier espacio en que se reúnan dos o más personas, se termina hablando de las enfermedad que cada uno tiene, padece, se investiga; de las últimas pruebas, tratamientos, dietas, potenciadores de salud, consultas…a las que ha recurrido, pedido cita…
No es que esto sea totalmente nuevo. Cuando empezaba yo a ejercer la medicina, hace ya unas décadas, bromeábamos sobre las conversaciones de nuestras pacientes de mayor edad. De cómo el número de fármacos y enfermedades se convertía en una competición amigable, en la que ganaba la que estaba peor.
Eran tiempos en los que los espacios de conversación de las mujeres no-tan-jóvenes eran bastante restringidos. En las zonas rurales y en los barrios menos favorecidos, la sala de espera del centro de salud público, la iglesia y el patio de vecinas (si es que había). Los temas de conversación, con los hijos ya fuera de casa, los nietos sin llegar, y cansadas de hablar toda la vida de los maridos, se habían reducido. La enfermedad pasaba a ser el tema central. Siempre he pensado que hacer una etnografía de nuestras salas de espera, tanto en atención primaria como hospitalaria, daría para una interesante línea de investigación (ejemplos aquí, en página 25, y aquí)
Lo que cambia actualmente, es que quienes hablan de enfermedad, de citas, de nuevas pruebas y consultas, son los jóvenes. Agraciados tradicionalmente con la idea de la invencibilidad de sus cuerpos, de su salud y su capacidad para poder-con-todo, era muy raro verlos en las consultas en mis primeros años de profesión. Tan raro era que se hacían mesas en los congresos para imaginar cómo conseguir que vinieran y poder hacer sobre ellos esas tan maravillosas intervenciones sanitarias que conseguirían que siguieran sanos y no tuvieran necesidad de venir a la consulta en el futuro.
No sé qué hicimos. Ni siquiera si realmente hicimos algo nosotras, las médicas y enfermeras de familia. Tal vez ha sido otro fenómeno el que ha conseguido hacer sentir enferma a la juventud.
No quiero pensar, no por pensar sino por querer, que la causa fundamental ha sido convertir la enfermedad en un bien de consumo. Y digo la enfermedad porque la salud no da dinero. O mejor, sentirse sano no produce consumo. Y el consumo es el motor de la sociedad que construimos entre todos. Así que se hace necesario que todos (o la mayor parte) se sienta lo suficientemente enfermo en el presente o imagine un futuro de enfermedades posibles para moverlo a consumir servicios sanitarios (la nueva inversión top de los fondos buitres). Enfermo pero no demasiado, o no realmente enfermo. Los enfermos-enfermos-muy enfermos dan pérdidas y no interesan.
Del mismo modo y con las mismas técnicas que cualquier otro bien de consumo (sea una camiseta, el novísimo-último-modelo de móvil, el inconcebible-inimaginable rincón turístico pero vacío de turistas por visitar, el ultimísimo modelo de coche-que-te-habla para que no estés solo, el cacao-que-te-soluciona-el-día…) la promoción de servicios sanitarios te convence de que puedes evitar caer enfermo en el futuro si acudes hoy a la prueba de imagen más revolucionaria, de que cualquier pequeño-mediano-gran problema de salud se arregla con la llamada atendida-inmediatamente-no-importa-a-que-hora… Todo sea porque mañana estes de nuevo perfecto para seguir consumiendo y produciendo en la rueda del hamster de la vida contemporánea.
La enfermedad mueve el mundo, el económico también . Y ya sabemos que la economía (o las ganancias de unos pocos) son el motor que decide las políticas. ¿O no era así como debía ser?
