Crecer, madurar, envejecer… (desvaríos de pascua)

Todos crecemos (cumplimos años, quiero decir) hasta que dejamos de hacerlo. Es un proceso puramente biológico. Pero ese proceso puede o no ir acompañado del proceso de “madurar” (entendido como esos cambios fundamentales que nos hacen pasar de niños a adolescentes, de adolescentes a jóvenes, de jóvenes a adultos, de adultos a ancianos). Mientras las frutas no pueden evitar crecer y madurar a la vez, nosotros podemos crecer sin madurar y vivir en la infancia infinita.

Últimamente empiezo a pensar que “madurar” es realmente un proceso de “aprender a renunciar voluntariamente“. No lo veo como algo negativo. Pero está claro que en el camino tenemos que renunciar a muchas cosas. Los niños lo quieren todo (todo lo que conocen, al menos), no renuncian a nada. El trabajo de padres tiene mucho que ver con aprender a decirles que no (y sin que se note que dices no, según las contemporáneas teorías de la crianza).

El paso a la adolescencia lleva consigo la renuncia a los juguetes y juegos de niños. Enmascarados en la necesidad de formar parte de los nuevos grupos, seguramente. Pero pienso que siempre es una renuncia a regañadientes (¡hay que ver la cantidad de peluches de infancia que siguen en nuestras camas!). Sin embargo, empiezo a pensar que la juventud no se ve como un camino de renuncias sino todo lo contrario. Al pasar de la adolescencia a la juventud, de repente, no tienes sensación de pérdidas, sino de ganancias. Eres autónomo, vives tu vida, tomas tus decisiones, ya no hay padres que hagan mucho más que protestar (sin capacidad de actuar), se abre ante ti el infinito abanico de opciones vitales. Y ¿quién renuncia a tenerlo todo?

La vida contemporánea, que se desarrolla entre lo real y lo virtual, es un escaparate de opciones: estudios, trabajos, infinitas opciones de ocio, incontables libros, series y películas, el gimnasio como espacio de culto al cuerpo perfecto, las salidas, el bar, las experiencias, los viajes a siempre nuevos lugares… Un estrés, la verdad. Solo vales en tanto en cuanto aprovechas cada momento de tu día y si le sacas dinero mejor.

No hay sitio en este plan de juventud para madurar. Por un lado porque significa aceptar que el cuerpo tiene declinar, aunque el gimnasio y el deporte lo puedan retrasar un poco y disimular algo más. Porque la conciliación no es solo un problema de familias y trabajo. Es un problema de trabajos y el “nuevo” estilo de vida. Madurar significa renunciar. Es muy difícil que tengas familia (sea cual sea, y del tipo que sea, con descendientes o sin ellos) si no renuncias a algunos sueños de vida moderna. Aunque tal vez tener familia ya no mola, precisamente porque requiere renunciar.

¿Qué tendrá que ver esto con la medicina? Al fin y al cabo, este es un blog sobre medicina y otras cosas que tienen que ver con ella.

En medicina también tenemos que madurar (salvo que escojamos quedarnos en la eterna situación de joven-aprendiz). En el mismo sentido, madurar implica renunciar. A medida que aprendes, tanto del estudio como de la experiencia (sí, la medicina no se aprende solo estudiando ni solo experimentando) eres consciente de que hay mucho más, más teorías, más aprendizajes, más abordajes, más problemas de salud, más prevención, más biopsicosocial, más listados, más técnicas, más investigación, más preguntas, más aprendizajes…

¿Renunciamos a hacer domicilios para hacer actividades de prevención en personas sanas?¿Renunciamos al abordaje del paciente complejo para evitar tener en IT a nadie que pueda estar aprovechándose del sistema?¿Renunciamos a escuchar una historia compleja de sufrimientos para hacer una ecografía abdominal de ese dolor inespecífico no etiquetado correctamente bajo el CIE10? Realmente las preguntas son personales y contingentes. En cada momento, en cada día tenemos que ir decidiendo cuales son nuestras renuncias. Y son las renuncias las que nos hacen avanzar. Porque solo renunciando a algo podemos abordar otras aventuras.

Renunciar a la “fama”, “prestigio”, “reconocimiento” para mantener una vida familiar satisfactoria. Renunciar a “publicar” (algo muy parecido a aceptar el ostracismo profesional) para seguir disfrutando de la lectura pausada de la literatura que nos transforma.

Una forma de enmascarar las renuncias (que tienen una alta carga emocional) es diseñar un camino enfocado a un solo objetivo. En la medida en que nos especializamos cada vez más en un solo tema adquirimos la sensación de dominio intenso y perdemos la sensación de estar renunciando. Al fin y al cabo, solo vemos logros. Y si no miramos más allá de nuestro sendero, si no tenemos un mapa de caminos elegidos y desechados, estaremos felices pensando que nunca hemos renunciado.

Lo dicho, ser adulto es renunciar conscientemente a algo para poder tener otro algo y aceptarlo y no sentirnos desgraciados por ello. Aunque habrá quien piense que ser consciente de las renuncias es muy triste, creo que solo siendo conscientes seremos capaces de darnos cuenta del valor inmenso de todo lo que tenemos.

Está entrada ha surgido tras la lectura del artículo ¿Están los hobbies en peligro de extinción?

Al fin y al cabo, renunciar a los hobbies para ganar dinero creyendo que somos los más listos del lugar tiene un precio: renunciar a una vida com más sentido.

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