Rituales médicos.

Un ritual es una práctica concreta, regulada y arraigada, con características específicas según las sociedades estudiadas, que permite a los individuos que pertenecen a un grupo social reafirmar su pertenencia y vínculos con los otros miembros del grupo (Gracia Alonso, 2011, Fuego, las acciones, los rituales y la vida. Manual de Antropología de la UOC).

Normalmente, cuando oímos hablar de ritos pensamos en los cultos religiosos. Pero nuestra vida diaria está llena de ritos, en el sentido expuesto en la definición. Especialmente nuestro mundo de la medicina está lleno de rituales. Pensemos un poco y seremos capaces de destaparlos.

Los rituales tienen tambien la función de «separar mundos». En el campo de la religión, los rituales nos permiten separar el mundo sagrado y el mundo profano, actúan en muchos casos como puentes que nos permiten pasar de un mundo a otro, y nos permiten asignar significados sagrados a objetos profanos (pensemos solamente en como, en el ritual cristiano, el vino pasa a significar  sangre). ¿Tenemos dos mundos en medicina y salud?

En mi opinión (después, por supuesto, de leer a gente más inteligente que yo, como Kleinman, Arthur Frank o un poquito de Levinas), en nuestros centros de salud, hospitales, y demás locales similares, se expresan dos mundos: el de la salud y el de la enfermedad. Los pacientes están en ese otro mundo, el de los enfermos. Ellos son otros (para nosotros y para la sociedad) y han perdido la condición de «completos». Por ello renuncian a cosas, como la autonomía para dejar decisiones en nuestras manos; por eso aceptan dejar su casa, incluso a sus familias,a veces hasta sus creencias, valores y escalas de prioridad, para ponerse en manos de quienes «controlan» los poderes que les permitirán volver al mundo de los sanos.

Pero nosotr@s, l@s médic@s y l@s enfermer@s (y algunos otros), no pertenecemos a su mundo. Nosotros estamos en el mundo de los sanos (si no fuera así, tal vez no estaríamos en el trabajo), somos «los otros» para ellos. Pero tenemos un poder especial, tenemos el conocimiento para devolver a los «enfermos» al mundo de los «sanos», o para dejarlos definitivamente en el mundo de los «enfermos» o de las «personas en remisión» (que tan inteligentemente refiere A. Frank). Para poder hacer eso tenemos el conocimiento de la ciencia en nuestras manos (del mismo modo que los sacerdotes tienen el conocimiento del ritual y el poder divino para poder perdonar nuestros pecados) y la sociedad nos ha concedido el poder de ser quienes podemos aplicarlo.

Todo este proceso está lleno de rituales, la mayoría de los cuales sirven para hacer más nítida la diferencia entre los dos mundos, y para reforzarnos, sí a nosotros, en nuestro convencimiento de pertenecer a un mundo diferente.

Lo primero que hacemos al llegar al trabajo es, por regla general, revestirnos de unas vestiduras diferentes. En mi caso, la camisa y la bata blancas marcan mi pertenencia al «club» de los médicos de adultos (las enfermeras y enfermeros no suelen ponerse bata, los administrativos tienen una camisa diferente, los pediatras van de colores). En el hospital es aún más patente: la ropa blanca, verde, morada, azul, con dibujitos, etc. marcan incluso las diferencias entre los diferentes clubes de la sociedad hospitalaria. Los más importantes, incluso, van trajeados bajo la bata inmaculada. Pero todo tiene algo en común: nos diferencian de los pacientes y nos identifican con el compañero. Incluso sin conocernos, sin saber nuestros nombres (más que por la placa identificativa), sin habernos visto nunca, nos miramos con reconocimiento. Las caras de los pacientes pasan, las de los «enbatados» se nos queda. Para tener más información , lean este artículo sobre la «la bata blanca y su signficado».

Tal vez pensemos que en atención primaria es diferente. Al fin y al cabo, nuestras tribus son más pequeñas (como mucho, las más grandes, no pasan de 100 personas, frente a los varios miles de un hospital grande), pero nuestra simbología es similar. Es posible que pensemos que la bata y el pijama nos protegen de llevarnos gérmenes a casa (cómo si nuestras casas estuvieran en lugares diferentes de las de nuestros pacientes; o nuestros supermercados, tiendas, parques fueran otros), pero de hecho lo que convierte en protección «física» a esos elementos es que los dejamos en el centro y se lavan en la lavadnería, y no en nuestras lavadoras. Daría igual que vistiéramos con unos vaqueros, si nos los lavara la empresa. Cuando nos vestimos de blanco, nos diferenciamos de todos los que entran por la puerta del centro a buscar la «bendición o la maldición» del sistema sanitario.

Reconocer rituales es muy fácil cuando analizas una sociedad diferentes, porque la extrañeza es el primer paso, pero reconocer nuestros propios rituales, destaparlos, destriparlos y hacer autocrítica es mucho más complicado, porque al fin y al cabo, son normales, forman parte de nuestra vida. Y querer difuminar la diferencia entre los dos mundos es un paso aún más atrevido, porque tiene que ver con el poder. Y tal vez ni siquiera los pacientes lo tengan muy claro, como el que, sorprendido, me dijo: «doctora, ¿era usted a la que vi el otro día vestida con el uniforme de la banda de música?» Al fin y al cabo, esas son cosas que hacen las personas de su mundo, no del mío.

Como reflexión personal, debo reconocer que a mí no me gusta andar entre mundos, con fabricar uno solo tengo de sobra para complicarme la vida.

Pureza, peligro y gripe. Reflexiones desde Mary Douglas.

A lo largo de la última semana se ha estado formando el caos en relación con las noticias alarmistas en relación con la gripe estacional. Muchos profesionales están llamando a la calma frente a un impacto informativo que da una imagen equivocada del problema.

Lo cierto es que ha coincidido con la relectura, por motivos académicos, de la introducción a la segunda edición española de un libro clásico de la Antropología de la Religión, Pureza y Peligro, de Mary Douglas. Resulta curioso como la lectura de temas aparentemente tan diferentes de la medicina, me despiertan reflexiones relacionadas con ella.

Lo que Douglas refuerza es que no hay tanta diferencia entre las sociedad primitivas y las modernas. Lo que cambia es simplemente el modo en que atribuimos la culpa, es decir, cómo asignamos las responsabilidades de las cosas que nos ocurren. En función de ello, modulamos la respuesta de la sociedad a los acontecimientos. En cualquier caso, ella insiste en que «en todos los lugares y épocas el universo se ha interpretado en términos morales y políticos«, «casi todas las enfermedades se utilizarán para definir un sistema de atribución de la culpa«. La utilización política (e interesada) del peligro es una constante en todos los tiempos y todos los pueblos. No podemos conocer el mundo totalmente, y la fragmentación de nuestro conocimiento hace que podamos dar interpretaciones en función de nuestros intereses (como sociedad). Y lo que la ciencia no ha conseguido es crear personas sin aspiraciones de dominio. Hay una politización de los discursos sobre el riesgo.

Por supuesto, una sociedad no elige voluntariamente a qué o quién va a atribuir las culpas de las  desgracias, es algo que se va construyendo, de modo grupal, lentamente.

Y, ¿qué tiene esto que ver con la gripe? Continuar leyendo «Pureza, peligro y gripe. Reflexiones desde Mary Douglas.»

De lecturas y lecturas…

Una de las cosas que más he apreciado en estos últimos años, estudiando Humanidades, es la obligación  de leer a múltiples autores con el objetivo de reflexionar sobre sus perspectivas. Estaba acostumbrada a leer solamente para distraerme y para aprenderme contenidos. Por eso me ha resultado de gran interés los dos artículos publicados por Francesc Borrell en la web Doctutor.

4166117949_6df43348d6_mVeamos, mi casa está llena de libros. Leer ha sido y es uno de mis vicios principales. Gastar dinero en libros es mi perdición. Prefiero una libreria a la planta femenina de El Corte Inglés. Pero no creo que nadie se entretuviera en enseñarme a leer en toda mi vida. No me refiero a decodficar y reconocer las palabras, sino a ser capaz de establecer un diálogo con los libros. Recuerdo que, en las clases de lengua y literatura, el objetivo era leer y ser capaz de resumir los libros, y que en filosofía leíamos más los libros de texto que los textos originales. Continuar leyendo «De lecturas y lecturas…»

Una cuestión de poder…y de su ejercicio

Bryan Turner es un sociólogo cuya principal área de investigación es la sociología de la religión. He tenido la oportunidad de acercarme a sus escritos para hacer un ensayo sobre «corporalidad y religión» en el mundo contemporáneo. Entre sus trabajos figuran varios que analizan la relación entre el cuerpo y la religión, y entre la sociología de la religión y la sociología de la medicina. Teniendo en cuenta las recientes noticias que nos rodean y nos bombardean desde los medios de comunicación, creo que cabe recordar algunos de los temas que ha trabajado.

En «La religión como control social», un capítulo del libro La religión y la teoría socialanaliza cómo la religión ha tenido siempre un papel fundamental en el control de la propiedad y, como parte de esto, ha ejercido su papel en el control de la sexualidad y de la educación sobre la sexualidad. Así es mucho más fácil controlar a las mujeres. Las mujeres forman parte, para la teoría materialista, de los elementos fundamentales en las políticas de transmisión de la propiedad privada, puesto que el control de la descendencia es lo que permite mantener las propiedades bajo un determinado control familiar. Por ello, el control de la sexualidad de las mujeres se convirtió en materia de política pública (y la política pública siempre fue materia de la religión).

Por otro lado, existe una oposición entre lo racional y lo irracional. La religión promete un mundo ordenado y racional; el sexo se opone a esta racionalidad, las emociones y el comportamiento sexual no son racionales, por ello deben ser controlados. Existen a lo largo de la historia múltiples ejemplos de cómo se negó el valor de la mujeres, considerándolas inferiores. Estos análisis de Turner nos permiten atisbar el porqué del interés de la religión (y de muchos grupos políticos) por controlar la sexualidad. Continuar leyendo «Una cuestión de poder…y de su ejercicio»

La muerte digna, otras perspectivas

La sociedad, el arte, la cultura, toda civilización humana no es sino evasión, un gran autoengaño colectivo cuya intención es hacernos olvidar que incesantemente caemos por el aire, que a cada instante estamos más cerca dela muerte» Sven Lindqvist, Exterminate all the brutes (leído en Ayudar a morir, de Iona Heath).

El libro de Iona Heath Ayudar a morir debería ser un libro obligatorio para todos los residentes de medicina de familia. Yo he llegado a él con un poco de retraso y recomendado por mi profesor de ética y filosofía política, para el trabajo fin de grado (TFG). Breve e intenso. Y un buen modo de empezar a hablar sobre la dignidad de la muerte. Que, según la Dra. Heath, no es otra cosa que el fin de una vida digna. #CARNAVAL SALUD SELLO blogs

Este es mi segundo post para el #CarnavalSalud, uno menos emocional pero no menos polémico (aquí pueden verlos todos).

Como parte de la propuesta de pre-proyecto de TFG que debo hacer este curso, me han recomendado la lectura de algunos libros y he iniciado la búsqueda bibliográfica pertinente. Cómo se trata de un trabajo en el área de las Humanidades, la bibliografía puede resultar extraña para una médica. Aunque me sorprendió encontrar a Iona Heath entre las recomendaciones.

Muerte digna es un término que se relaciona con el de eutanasia (realmente el término que se relaciona con muerte digna es el de ortotanasia, para diferenciarlo de la eutanasia). El término eutanasia, incialmente buena muerte, tiene actualmente otra definición más concreta y limitada a un tipo especial de muerte, la muerte adelantada artificialmente por deseo del paciente (no es texto exacto de la definición pero creo que es una aproximación muy comprensible). El problema cuando hablamos de «muerte digna» es que podemos estar entendiendo diferentes cosas en el mismo término (por ejemplo, ¿por qué decir que buena muerte y muerte digna son o tiene que ser dos cosas diferentes?). Por eso es tan fácil ponernos de acuerdo con que todos tenemos derecho a una muerte digna. Lo complicado es ponernos de acuerdo sobre lo que creemos que es una muerte digna.

Uno de las cuestiones es la de la existencia o no de debate sobre el tema. Lo cierto es que, en relación con todo este tema de la muerte digna, la eutanasia, el suicidio asistido, el encarnizamiento terapéutico, etc, no existe mucho debate en las facultades de medicina. Más bien se transmite una línea de pensamiento que se considera la correcta. No hace falta debatirla, solo aprenderla o aprender sus fundamentos (esa es al menos mi impresión, en mi experiencia). Continuar leyendo «La muerte digna, otras perspectivas»

Acompañar el morir, un elemento de dignidad

#CARNAVAL SALUD SELLO Wikisanidad en su #CarnavalSalud ha planteado este mes un tema difícil. Difícil no solo por la probabilidad de encontrar múltiples opiniones diferentes como por la dificultad de hablar de un tema que ha adquirido el estatus de tabú en nuestra sociedad. Muchos blogueros, animados por el primer post de Monica Lalanda (polémico de una manera impresionante ajuzgar por los comentarios), han contribuido al debate, y yo me planteo qué puedo aportar de más.

El tema no me es ajeno. Tras volver a la clínica a principios de este año, lo termino con varios pacientes en situación de enfermedad terminal. Son esos pacientes los que te recuerdan la presencia de la muerte y la necesidad de la reflexión. Esta semana, por primera vez en mi vida profesional, me he sentado con una paciente, a su vera, en su cama, en su casa, y hemos hablado de su muerte, tan próxima que no creo que vea un nuevo año. Primero su familia, y luego ella, han decidido que quiere morir en su casa. Y a mí me toca estar a la altura de las circunstancias. Solo me ha pedido «no sufrir, no morir asfixiada como vio morir a una tía suya». Confieso que tengo terror, terror a no estar a la altura de lo que necesita de mí. Ni siquiera pude reprimir una lágrima cuando empezó a hablar de sus hijos y de su marido, uno a uno, alabando y agradeciendo la vida compartida. Todos estaban presentes en la entrevista.

Romper la conspiración de silencio cuando el paciente lo solicita, responder a sus deseos, asegurar nuestra asistencia en todo lo necesario, ser soporte de la familia y del paciente… enorme carga para unos simples mortales, que lo único que tenemos es un poco más de estudios. Y la presencia desgarradora de la realidad de la muerte.

Hace una semana una paciente y su hija me dieron  las gracias. Gracias por hablarles ocn franqueza, por romper los silencios y las verdades ocultas, por permitirles hablar del escaso futuro (en este caso, meses) que tienen por delante. Hace unos días, en una nueva visita, me recibieron con una sonrisa, con la tranquilidad de saber que cada día es único, que ya no vale dejar para después, que todo debe ser dicho ya.

Ya he dicho en otros post que considero un honor ser médica de familia. Es un honor que te permitan compartir lo más íntimo de la vida, la muerte. Solo en eso ya tenemos un principio para hablar de dignidad de la muerte… pero eso será otro post… menos emocional y un poco más académico (al fin y al cabo, la muerte digna y la ética será mi tema del trabajo de fin de grado de Humandides)

Cuando la cultura nos hace sufrir

No voy a hablar de los recortes institucionales en la cultura, entendida como «el producto de las actividades artísticas y/o artesanales» que normalmente asignamos como significado a la palabra. Ene se caso, sería la ausencia de la cultura lo que nos hace sufrir. Pero el tema que quiero comentar es precisamente el contrario, la cantidad de sufrimiento que nuestra cultura provoca en las personas.

En las últimas semanas he tendio en la consulta varios pacientes varones con síntomas que pueden diagnosticarse como «depresión mayor». La historia de todos tiene un argumento común, aunque la trama puede variar. Hombres de edad variable que perdieron su trabajo hace unos años, que no tienen ingresos, y que dependen de sueldos míseros aportados por sus parejas, sus padres o sus suegros. Y que muestran desesperanza en un futuro mejor, o lo que es lo mismo, no atisban un puesto de trabajo, por malo que sea, en los meses venideros.

Todos cuentan un complejo emocional similar: «me siento inútil, me dicen que no hago nada, pero estoy todo el día haciendo las cosas de la casa (al menos me ocupo y ayudo a la familia), la familia estaría mejor sin mí, me enfado y me siento violento con todos«. Seguramente cualquier profesional de la salud está encontrándose con historias similares. Y aquí entra la parte «social» del cacareado «modelo bio-psico-social«. ¿Qué nos aporta el conocimiento de lo social?

rol-de-generoLa cultura, para la antropología, la sociología y la teoría de la cultura, no consiste solamente en los productos artísticos, sino que es «el todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la ley, la moral, las costumbres y cualquier otra capacidad adquirida por el hombre como miembro de una sociedad» (Tylor, 1871). La cultura la adquirimos de modo inconsciente desde nuestra más tierna infancia, de modo que calificamos de normal aquello que nuestra cultura considera un comportamiento adecuado y de «anormal» lo que se desvía de la norma. Sobre la mayoría de nuestros comportamientos, creencias y definiciones de lo normal no tenemos ni la más mínima reflexión crítica. Están tan internalizadas que, si no nos enfrentamos a una situación contraria o conflictiva, no nos las planteamos como construidas socialmente. Lo que es más, Zygmunt Bauman, en La cultura como praxis, nos recuerda que la cultura es un sistema coherente de presiones apoyadas sobre sanciones, de valore sy normas interiorizados, de hábitos que garantizan la repetición de las conductas individuales… la preservación de la tradición (p. 27).

Dentro de nuestra cultura existen formas internalizadas de entendernos y de valorarnos, en la medida que cumplimos lo que la sociedad quiere de nosotros. Son tan potentes que, incluso conociéndolas, no podemos sustraernos totalmente a ellas. Me refiero a cosas como el rol del hombre y de la mujer en la familia. Estos pacientes que menciono tienen un trastorno provocado por la situación de desempleo que se agrava por las creencias sobre la propia utilidad que la sociedad nos ha inculcado. El valor del hombre está en que aporta los garbanzos a la familia, es el sustento principal, es la función que la sociedad les asignó, mediante la repetición continuada de patrones de comportamiento, desde la infancia. Por tanto, no están cumpliendo con su función, y se sienten inútiles ante la sociedad y, lo que es más importante, ante su familia.

Esto no es diferente de lo que, hace no mucho, veíamos en las mujeres doblemente trabajadoras: el sentimiento de culpa inherente a la mujer trabajadora que consideraba no ser lo suficientemente buena madre por no estar en casa el tiempo suficiente (sea cuál sea la magnitud de ese tiempo). Se sentían estresadas, agobiadas e instisfechas consigo mismas.

Me imagino el impacto que puede tener la situación combinada: la madre trabajando muchas horas por poco sueldo, y el padre ocupándose de las labores de la casa, sin encontrar un trabajo y dependiendo económicamente de su mujer. Por desgracia, no hemos avanzado lo suficiente culturalmente en nuestra sociedad para que esta situación no genere múltiples disonancias emocionales.

Yo no creo que sea culpa de nadie ( en esta época en la que gustamos de encontrar culpables para todo). La construcción cultural de una sociedad es responsabilidad de todos y se tarda más en cambiarla que en construir una pirámide. Pero hacer visible el sufrimiento causado por nuestras «concepciones culturales» puede ayudar a las personas a reconstruirse desde otra perspectiva. Eso es lo único que se me ocurre hacer. Y transmitir la importancia que tiene que los/as médicos/as de familia seamos capaces de analizar críticamente nuestra cultura.

Leyendo tras las líneas

Hace unos días he terminado el libro de Daniel Cassany Tras las líneas, sobre la lectura contemporánea. Como otros libro suyos que ya había leído hace unos años, La cocina de la escritura, ha resultado muy ameno. De esos libros que deseas seguir leyendo a ver que te cuentan, sin que se trate de saber quién es el asesino.

Tras la líneasTras las líneas, de Daniel Cassany nos cuenta algo que, en nuestro subconsciente, casi todos sabemos, pero que no acabamos de hacer consciente en nuestra relación diaria con los textos. Se trata de tener presente, en todo momento, que no hay textos asépticos, objetivos, libres de ideología o no interpretables. Todo texto (y aquí me atrevo a incluir los orales, que no son objeto dle libro), está inmerso en una cultura, en un tiempo y en un momento (un contexo). Y por eso, su interpretación, su significado, está modulado. Necesitamos acercarnos a ellos con espíritu crítico.

Cuando leemos, interpretamos del mismo modo que un músico interpreta la partitura. Nunca suena igual la misma partitura tocada por diferentes músicos. Hay matices, momentos de mayor expresividad, de más intensidad emocional, que varían. Lo mismo nos ocurre con los textos. La interpretación depende de muchos factores. Uno de los factores es el lector: las ideologías, creencias y conocimientos previos del lector influyen en la interpretación que hacemos de un texto. Pensad en la diferencia que puede hacer en la interpretación de un artículo periodístico sobre medicina si el lector es un médico o un paciente. El otro factor es la sociedad: los textos se interpretan de diferente manera en función de la cultura, el grupo social, etc. De esto trata la sociolingüísitica.

Cassany nos recuerda que no basta con entender los signos (las letras o las palabras) sino que es necesario entender desde la sociedad y la cultura en que estamos inmersos nosotros y el autor del texto. Mucho más complejo, mucho menos objetivo. Los textos son, en el mejor de los casos, interpretados desde la intersubjetividad.

¿En qué nos deja eso? Pensemos en la narración oral que nos presenta un paciente. Por poca diferencia que haya entre el médico y el paciente, parten de dos culturas diferentes (al fin y al cabo nos resocializamos  en la «sociedad médica»), por lo que corremos el riesgo de malinterpretar desastrosamente su relato. Hay mucho que poner en juego.

Cassany no nos abandona. No invita a ser muy críticos (hasta con su libro en el que incluye, a propósito, errores que debemos localizar). Nos da pistas sobre cómo acercarnos de manera crítica a un texto, como leer en internet y cómo leer la ciencia (que no está libre del «pecado» de la ideología y los intereses particulares).

En la Facultad de Medicina me pasé muchas horas mirando por un microscopio (en los primeros años) y es una habilidad que no he vuelto a utilizar en la vida (salvo para enseñar a mi sobrina a usar su microscopio de juguete). Tal vez, una asignatura de lectura crítica en las facultades de medicina nos daría las habilidades y el hábito de hacer esto. Al fin y al cabo, interpretar textos (la mayoría orales) es la base de nuestra profesión. O ¿no se trata de permitirnos aprender las habilidades que supondrán una ventaja para nuestros pacientes?

 

Jornadas de Medicina Narrativa: Arthur Frank. Conferencia de clausura

Esta es una entrada antigua, de las que dejé en borrador y nunca había revisado. Es un breve comentario sobre la Conferencia de Clausura del Congreso de Medicina Narrativa del año pasado. Pero es posible que a algunso lectores les interese poner otro autor en su lista.

La conferencia de clausura del congreso fue sencillamente impresionante. No por los medios, sino por la capacidad del conferenciante para llegar a todos.

Soy fácilmente impresionable, lo reconozco, y desde mi más tierna infancia, los escritores me han parecido seres fantásticos porque eran capaces de entregarme esas historias llenas de personajes, paisajes, aventuras en las que yo me sumergía y de las que me volvía parte. Ya de mayor me sigue impresionante conocer en persona, in-corporar (meter en un cuerpo) como dirían los científicos sociales, a los escritores de los libros profesionales, esos que tanto me aportan. Así que, aún estando saturada de ellos (creo que he estado compartiendo la misma sala que la mayoría de los autores de los libros que llenan mi estante de medicina narrativa) es un placer escuchar directamente a Arthur Frank. Más aún cuando mi libro de lectura para el viaje ha sido su «The wounded storyteller: body, illness and ethics«.

Reconozco que no tomé muchas notas. Para quienes quieran conocer mejor las aportaciones de Frank les recomiendo leer directamente sus libros, seguro que serán más completos que lo que yo pueda decir. Pero quiero dejar aquí un par de ideas que nos transmitió:

las historias cuidan a la gente: con las historias nos damos coraje, valentía para afrontar los momentos en que nuestra propia historia se rompe, como ocurre con la enfermedad. Para ilustrarlo nos contó la anécdota de un niño ingresado en un hospital que se transforma a sí mismo en superhéroe para poder afrontar la situación.

no somos nosotros quienes creamos la historias, las historias nos crean a nosotros. Cuando construimos nuestro ser lo hacemos a partir de historias, de narraciones de nosotros mismos, pero esas narraciones se construyen mediante la selección de fragmentos e interpretaciones de la vida, que escogemos voluntaria o involuntariamente. Así que nos construimos tal y como somos mediante las historias.

Así que aprender a trabajar con historias es una competencia básica para cualquiera que quiera ser profesional de la salud, puesto que al fin y al cabo, la enfermedad es aquello que Aristóteles llamó peripecia en su Poética, el momento en que nuestro héroe pasa de la dicha al infortunio.

Corteses pero no curiosos: la ausencia de cuidado «existencial».

Ha llegado a mis manos un artículo que es, cuando menos, intrigante. Publicado en el Journal of Medical Ethics en mayo de 2011, presenta un estudio cualitativo realizado con médicos noruegos: «Courteous but not curious: how doctors’ politeness masks their existencial neglect. A qualitative study of video recorded patien consultations«. Realmente no hay motivos para pensar que lo que encuentran en su estudio no sea también una realidad en nuestro medio: l@s médic@s somos corteses, bien educados, con los pacientes, pero olvidamos u obviamos todo lo referente a la vida existencial de los pacientes, a sus preocupaciones más profundas.

 

Esto no parece un problema de mala práctica, sino que está profundamente arraigado en el modo en que entendemos y practicamos la medicina. En cierta medida lo que hacemos es «objetivar» a los pacientes, esto es, convertirlos en objetos de materia médica. Los tratamos de modo correcto y educado, pero obviamos que son «sujetos». En el estudio los profesionales no eran capaces de aprovechar los avisos de los pacientes sobre su necesidad para entrar en la esfera más íntima, subjetiva, la dimensión existencial de su vida, en cuanto al impacto que la enfermedad tenía.  Todos los intentos del paciente por presentar esta faceta de su vida terminaban con una eficaz redirección del profesional a la cuestión estrictamente médica. Continuar leyendo «Corteses pero no curiosos: la ausencia de cuidado «existencial».»

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