¿Identidad? ¿Identidad nacional? ¿Nacionalismo? ¿Soberanía? ¿Nación? ¿Independencia? ¿Diferencias irreconciliables entre pueblos? ¿El divorcio de las naciones?
Múltiples palabras que aparecen día a día en los medios de comunicación, en las conversaciones del bar, salpicadas por las emociones, a veces un poco violentas, de quienes se sienten ofendidos por las opiniones del que consideran enfrentado. Pero ¿sabemos de qué hablamos? ¿Hablamos de lo mismo? El lenguaje es una herramienta simbólica por lo que, para ser útil en el intercambio entre personas, debe avenirse a un consenso en cuanto a sus significado. Si no tenemos claro que nuestras palabras signifiquen lo mismo, ¿cómo podemos llegar a acuerdos?
El concepto de identidad tiene mucho que ver con la filosofía. No en vano, si preguntáramos a cualquiera cuáles son las grandes preguntas de la filosofía es más que probable que nos contestara las siguientes: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
La cuestión es, que en la historia y tradición de la filosofía occidental, «ser» implica también «no ser«. Sólo se puede «ser» de una manera, que excluye «ser» de otra. No hay posibilidad para la pluralidad ni para la alteridad. No puedo ser muchas cosas a la vez, ni ser cosas contrarias al mismo tiempo. Si no puedo ser pluralidad, soy unidad. Si no puedo ser alteridad, soy identidad. Y aunque Platón nos perdonó la obligación de ser identidad cuando nos movemos en el mundo sensible, también nos explicó que ese mundo sensible es sólo una frágil imitación del mundo de las ideas. Y en las Ideas no es posible la alteridad, las Ideas tienen una única identidad.
Si nos quedamos en este concepto y teniendo en cuenta que somos herederos de las construcciones simbólicas del pasado de nuestra cultura, podríamos decir, para empezar, que la identidad nacional sólo puede ser una. Sólo puedo pertenecer a una nación, con todo lo que esa declaración de pertenencia pueda llevar aparejado. Y, aunque en el mundo sensible, de las emociones y las relaciones humanas, pueda perdonarse cierta alteridad, (al fin y al cabo es imperfecto), ¿qué pasa en el mundo de las Ideas? Hay que escoger un proyecto de identidad que es único, el perfecto, el superior. ¿O no?
Desde la filosofía, por tanto, podemos empezar a preguntarnos el porqué del problema soberanista. Un problema que puede ser más patente actualmente, por la repercusión mediática y política, en el caso del enfrentamiento Cataluña-España, pero que puede ser analizado también, en menor medida, en otras comunidades. Cabría preguntarse ¿hay en mi comunidad algún indicio de la existencia de este problema, el de la necesidad de tener una identidad colectiva propia única y considerar una amenaza la preeminencia de otra?.
Pero la cuestión identitaria no es un tema novedoso. ¿Podemos recordar conflictos europeos y no europeos recientes por motivos de identidad nacional? ¿Son aplicables los mismos principios a todos los conflictos soberanistas? Y lo que es más ¿la cuestión de la identidad nacional lleva necesariamente a una actitud soberanista? ¿Es posible la defensa de la identidad colectiva sin recurrir a la cuestión de la independencia política, del nivel que sea? ¿Por qué es tan importante la cuestión como para haber sido causa de guerras y muertes? De hecho, esto la convierte en lo suficientemente importante como para elaborar un cuestionamiento crítico y reflexivo sobre el tema.
Empecemos pues a deconstruir, que no es otra cosa que desmembrar el concepto en sus partes más ínfimas para descubrir lo que se oculta detrás de las palabras.
¿Qué es la identidad? Foucault nos dice que la identidad es simplemente un sistema de control. Los grupos que ostentan el poder requieren la creación de subjetividades que faciliten su permanencia, y esas subjetividades son estereotipos de identidad que se asignan a los individuos. Por lo tanto, la identidad respondería a las necesidades del poder en cada momento histórico (¿es la identidad nacional una necesidad de determinados grupos de poder?) y es consecuencia de los procesos históricos que se van produciendo y que van modificando esas necesidades de control desde el poder. Nace de las relaciones sociales, como efecto secundario, y nunca es permanente, cambiará en función de las nuevas necesidades. De hecho, resulta especialmente curioso que pocas personas cumplen con los criterios definitorios de una identidad colectiva (cuanto mayor es el esfuerzo por definir la identidad colectiva de un grupo, menos miembros del grupo podrán cumplir con esa definición de modo estricto), pero si se es poco estricto, desaparece el sentido de la identidad, que no es otro que diferenciarnos de los demás grupos. Por lo tanto, ¿quién puede decir que cumple con todos los criterios de una identidad colectiva como para poder excluir a otros del colectivo?
Además, ¿quién puede decir que vive en una sociedad homogénea? ¿Quién no pertenece a más de un colectivo? Me refiero a pertenecer, en un momento u otro, a colectivos con sus propios rasgos identitarios: puedo ser madre y sentirme identificada como madre, ejercer una profesión y sentirme identificada con mi colectivo profesional, ciudadana del mundo y a la vez ciudadana de mi pueblo, puedo identificarme con la música propia de mi comunidad y a la vez interpretar a Mozart e identificarme con todos los amantes de la música clásica. Si, como individuo, soy una intersección de identidades, una pluralidad de identidades que conviven. ¿Cuánto más no ocurre con la identidad colectiva? Cada miembro de un colectivo aporta su propia red de identidades. Por lo tanto, ni siquiera puedo hablar de tener UNA identidad, solo existe la inidentidad, que se forma a partir de:
- la pertenencia a una comunidad
- elecciones personales (relativamente autónomas)
- de la hibridación de mis múltiples identidades
Y en este complejo de mundos contemporáneos (que menciona Marc Augé) mi identidad está compuesta por nodos enlazados, y comparto cada nodo con diferentes personas que tienen su propia inidentidad,y el resultado es una múltiple trama de red enlazada,al estilo de la web (identidad hipertextual, al fin y al cabo).
Y me pregunto, ¿en qué lugar, en qué nodo, se localiza el nacionalismo excluyente? Porque la capacidad de ser excluyente lo excluye a sí mismo de entrar en la red (es un nodo que no enlaza con otros), y por tanto, lo deja fuera de mi alcance, no puedo integrarlo en mi identidad.